historias cortas de wow sobre Ala Muerte
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historias cortas de wow sobre Ala Muerte
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He asesinado a uno de los míos.
El pensamiento azotó a Nozdormu el Atemporal en el momento en el que observó el dragón Bronce disecado. Zirion se había marchitado y se había convertido en una cáscara cuyo tamaño era la mitad del original. Las heridas cubrían su cuerpo desde la cabeza hasta la cola. En lugar de sangre, arena dorada manaba de las heridas en corrientes interminables sobre las que resplandecían imágenes fantasmagóricas de su vida que aún no habían acontecido. Su futuro se escaba a borbotones como desangrándose.
Nozdormu dio varias zancadas a través de uno de los solitarios picos del Monte Hyjal para aproximarse a Zirion, y cada momento de la historia se arremolinaba entre las escamas refulgentes del Atemporal. Mientras se acercaba al dragón moribundo, una profunda sensación de impotencia lo inundó por completo. Un velo impenetrable había descendido sobre los portales del tiempo, uno que ni siquiera él, el Aspecto del Vuelo Bronce y el Guardián del Tiempo, podía penetrar. El pasado y el futuro, elementos que otrora reconocía con claridad, aparecían sumidos en la confusión.
―¿Dónde essstán los otrosss? ―Nozdormu estiró su gran cuello hacia Tick, que se encontraba a su lado. La leal dragona había transportado a Zirion sobre su lomo desde la guarida del Vuelo Bronce en las Cavernas del Tiempo a la mayor de las velocidades, una hazaña solo posible gracias al estado marchito de su pasajero.
La respiración de Tick aún era entrecortada, debido al esfuerzo. —Volvió solo.
—¿Cómo es posible? ―Nozdormu gruñó lleno de frustración―. He enviado a doce al pasado. ¡A doce!
Había encargado a sus agentes que investigasen el inquietante estado de los portales del tiempo, pero ahora no podía evitar tener la sensación de que les había enviado a la muerte. Se suponía que tras volver al tiempo presente, los dragones debían encontrarse con el Atemporal en la cima del Hyjal exactamente a mediodía. Hacía ya tiempo que había pasado ese momento cuando Tick, que no fue enviada a los portales del tiempo, había llegado con Zirion a su espalda.
—¿Qué vissste, Zirion? ―Nozdormu realizó la pregunta mientras comenzaba a entrelazar hechizos para revertir la huida de las arenas del tiempo del cuerpo del otro dragón.
—Temo que haya perdido la fuerza para hablar —afirmó Tick.
El Atemporal apenas la había escuchado. Estaba ocurriendo lo imposible: su magia no surtía efecto alguno. Sus acciones habían sido predichas y contrarrestadas por una hechicería igual de poderosa. Un único ser en todo el plano material poseía la previsión y la capacidad para vencer al Aspecto del Vuelo Bronce en el reino del tiempo...
—Cuando volvió por primera vez de los portales del tiempo —prosiguió Tick, vacilante—, contó lo que vio. Independientemente de a dónde quisieran viajar en la historia, siempre acababan en el mismo punto del futuro… la Hora del Crepúsculo.
Nozdormu bajó la cabeza y cerró con fuerza los ojos. Era justo lo que se temía. Las hebras del tiempo se habían unido y se habían visto arrastradas hacia el apocalipsis. En ese oscuro e inerte futuro, incluso el Atemporal encontraría su final. Al menos, eso era lo que él creía. Hacía varias eras, cuando el titán Aman'Thul le otorgó el dominio sobre el tiempo, Nozdormu también tomó conciencia de su propia desaparición.
—¿Quién le ha provocado essstas heridas? —El Atemporal conocía la respuesta, pero deseaba estar equivocado y quería creer que lo que había visto no fuese más que una anomalía.
—Ha sido el Vuelo Infinito y su… líder —Tick apartó su mirada de la de Nozdormu.
He asesinado a uno de los míos. Esas palabras acusatorias retumbaban en la mente del Aspecto.
En otro tiempo pensaba que el Vuelo Infinito no era más que un síntoma del comportamiento errático del tiempo. Sin embargo, y pese a resultar inconcebible, se había percatado de que él y sus dragones Bronce acabarían abandonando su deber sagrado, proteger la integridad del tiempo, y se afanarían por subvertirla.
Nozdormu meditó sobre los acontecimientos de las semanas anteriores mientras luchaba por controlar su ira. Había estado atrapado en los portales del tiempo hasta hacía poco, cuando el mortal Thrall le recordó la primera lección: vivir en el momento presente es mucho más importante que preocuparse por el pasado o el futuro. El Aspecto Bronce había abandonado su cautividad con una nueva comprensión del tiempo... para acabar teniendo que enfrentarse a sus peores temores.
—Perdóname —susurró Nozdormu a Zirion, sin saber si su apreciado sirviente todavía conservaba la vista o el oído. El dragón Bronce herido desplazó la cabeza hacia un lado como signo de apreciación. Llevó su mirada de un lado a otro hasta posar sus pálidos y nublados ojos sobre Nozdormu.
—Perdóname —repitió el Atemporal. La boca de Zirion se ensanchó mientras su cuerpo se estremecía. Casi parecía que estuviese riéndose, pero Nozdormu se dio cuenta rápidamente de que estaba sollozando.
Mientras los últimos rastros del futuro de Zirion manaban de su cuerpo, este utilizó las fuerzas que le quedaban para apartarse de Nozdormu con el terror reflejado en los ojos.
****
El Monte Hyjal retumbaba con los sonidos del festejo.
Tras varios retrasos, los dragones Aspectos Alexstrasza, Ysera, Nozdormu y Kalecgos habían combinado sus magias con las de los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion para reparar el antiguo Árbol del Mundo, Nordrassil. Más recientemente, había llegado la noticia de que Ragnaros, el señor elemental del Fuego, cuyos esbirros habían pretendido reducir Nordrassil a cenizas, había caído a manos de mortales.
Sin embargo, desde donde estaba Ysera la Despierta, en el Refugio Cenarion, situado en la base del Árbol del Mundo, el júbilo no era más que un lejano susurro. El Aspecto del Vuelo Verde sólo escuchaba una trágica historia.
Iba a reunirse con sus compañeros Aspectos para debatir sobre las siguientes acciones contra Alamuerte, el perturbado líder del Vuelo Negro, responsable de la devastación del mundo durante el Cataclismo. Aunque los defensores de Azeroth habían triunfado recientemente en Hyjal y otras regiones, el torturado Aspecto aún pretendía propiciar la llegada la Hora del Crepúsculo. Mientras viviese no dejaría de intentar cumplir sus oscuros planes.
Sin embargo, en vez de discutir sobre estrategias, Nozdormu había relatado la muerte de Zirion y el último ataque del Vuelo Infinito sobre los portales del tiempo. El terso rostro de elfo noble del Atemporal se llenó de arrugas. Al igual que sus hermanos, había adoptado su forma mortal, algo que los Aspectos hacían siempre que se encontraban cerca de las efímeras razas que poblaban los alrededores de Nordrassil.
—Fue asssesinado por mi magia... Por mí —murmuró Nozdormu. Ysera mantuvo su mirada fija, inquieta. A pesar del horrible aprieto en el que se encontraba el Atemporal, no podía evitar fijarse en lo distante que se sentía de todo lo que la rodeaba. Se encontraba flotando entre el mundo de los despiertos y el reino de los sueños, pero sin estar anclada a ninguno de ellos.
—Debo volver al lugar de encuentro. —El Aspecto Bronce retorcía sus manos de manera ansiosa y se movía inquieto—. Puede que el resto de mis agentes regresen todavía, pero no lo sé con certeza. Solo me queda la esperanza.
Mientras Nozdormu se daba la vuelta para marcharse, Ysera trató desesperadamente de encontrar palabras de alivio que lo confortasen. Estaba claro que se había resignado a su suerte. Aman'Thul le había encargado mantener la pureza del tiempo independientemente de los terribles sucesos que hubiesen tenido lugar o llegasen a ocurrir. De alguna manera, a Ysera le parecía que la carga que el Atemporal soportaba era injusta, pero ella no era quién para cuestionar sus obligaciones.
¿Qué se le puede decir a un ser que haría cualquier cosa por proteger a los dragones de su Vuelo, y que ahora se siente responsable de una de sus muertes?, se preguntó. Su mente era una tormenta de ideas fragmentadas. Era como si estuviese en el interior de una enorme biblioteca destrozada por un huracán. Páginas rebosantes de ideas e imágenes se arremolinaban frente a sus ojos, pero todas eran partes de libros diferentes.
Antes de que la Despierta pudiera traer a colación algo con sentido, Nozdormu ya se había ido. Un silencio espeluznante prosiguió a su marcha. Los elfos de la noche que normalmente habitaban el retiro druídico eran lo suficientemente amables como para dejarlo libre durante las reuniones de los Aspectos, pero la ausencia de vida bulliciosa dotaba al lugar de una atmósfera fría y apagada.
—Poco importa que el Vuelo Infinito esté actuando coordinadamente con Alamuerte —dijo finalmente Alexstrasza la Protectora, reina de los dragones de su especie y Aspecto del Vuelo Rojo—. La razón por la que todos hemos acordado quedarnos en Hyjal es plantear la mejor estrategia para hacerle frente. El interrogante de los portales del tiempo no es más que una prueba aún mayor de que debemos actuar con rapidez. Kalecgos, ¿tu Vuelo ha proseguido su investigación?
—Así es. —El Aspecto del Vuelo Azul se aclaró la garganta e irguió la espalda. La actitud amistosa de Kalec se había convertido en extrañamente formal en los últimos tiempos. Él era el más joven de entre los Aspectos, y se le había elegido recientemente para liderar su Vuelo después del fallecimiento de su antiguo líder, Malygos. Ysera supuso que Kalec estaba intentando probar su valía frente a sus compañeros Aspectos, cuando en realidad ellos ya le veían como un igual.
Kalec movió la mano en el aire y una serie de runas luminiscentes aparecieron de la nada, cada una de ellas detallaba los experimentos que había realizado su Vuelo. Los dragones del Vuelo Azul habían registrado las antiguas arcas de conocimiento almacenadas en su guarida, El Nexo, con el fin de investigar las debilidades de Alamuerte. Los dragones de Kalec eran los administradores de la magia, y si había una respuesta oculta en lo Arcano, ellos la encontrarían.
—Hemos recuperado partes de la sangre de Alamuerte proveniente del reino elemental de Infralar, donde se escondió durante muchos años. Las muestras eran pequeñas, pero suficientes para nuestras pruebas.
—¿Y cuáles son los resultados por el momento? —La voz de Alexstrasza sonaba enérgica por las expectativas. Ysera no había visto así de esperanzada a su hermana en ninguno de esos encuentros estériles.
—Al imbuir de magia Arcana la sangre en una cantidad suficiente para destrozar a cualquier otro ser, lo único que conseguimos fue enfurecer a las muestras. La sangre se divide y hierve, pero en última instancia se reagrupa de nuevo.
—Ni siquiera la magia Arcana surte efecto. —La Protectora se encorvó ligeramente.
—No obstante, esto no es más que el comienzo de nuestros experimentos —añadió rápidamente Kalec—. Creo que debemos contar con algún tipo de instrumento cuando nos enfrentemos a Alamuerte. Los números, por muy buenos que sean, no son de gran ayuda. Necesitamos un arma. Un arma como no se ha hecho jamás. Mi Vuelo no descansará hasta que solucione esta situación.
—Gracias. —Alexstrasza se volvió a Ysera—. ¿Has tenido alguna visión mínimamente reseñable?
—No, al menos de momento —contestó, ligeramente avergonzada. Durante estas reuniones, la Despierta solía sentirse como una observadora que pasa desapercibida. El titán Eonar le había otorgado el dominio sobre la naturaleza y la exuberante selva virgen conocida como el Sueño Esmeralda. Durante milenios vivió allí como Ysera la Soñadora. Justo antes del Cataclismo, despertó de su sueño. De ahí que ahora recibiera el nombre de Ysera la Despierta. Sus ojos se abrieron tras un largo período en el que habían permanecido cerrados, pero ella se preguntaba qué se suponía que debía ver.
—Infórmanos si se te pasa algo por la mente. —La Protectora sonrió, pero Ysera percibía su ansiedad—. Nos volveremos a reunir el día de mañana.
Con esas palabras, la reunión terminó del mismo modo en que había comenzado: sin respuestas.
A la mañana siguiente, Ysera se estuvo paseando por los campamentos diseminados en la base de Nordrassil. El gran Árbol del Mundo se alzaba sobre ella, con su copa escondida tras una capa de nubes. En uno y otro lado, los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion meditaban pacíficamente. Después de sanar a Nordrassil, Ysera había mostrado a los druidas cómo unir sus espíritus con las raíces del árbol para ayudarlas a extenderse por el subsuelo. Los chamanes, mientras, trabajaban para tranquilizar a los elementales de tierra, proporcionando a las raíces un conducto seguro según iban adentrándose en las profundidades de Azeroth. La empresa constituía una unión sin precedentes de dos grupos de mortales distintos. Y sin embargo, por mucho que esto dotase de esperanza a Ysera, ella sabía que sus nobles esfuerzos serían en vano si Alamuerte seguía libre para continuar con sus planes.
La Despierta prosiguió su camino hasta un aislado anillo de árboles, al nordeste del Árbol del Mundo. Cuando accedió a un claro en la arboleda, Thrall ya la esperaba sumido en una profunda meditación. Ysera sentía un profundo respeto por el chamán orco, probablemente mayor del que este imaginaba. Hacía algunas semanas, Alamuerte y sus aliados habían lanzado un ataque contra los Aspectos de los Vuelos Verde, Rojo, Azul y Bronce que habría acabado con ellos de no ser por la intervención de Thrall. Él prestó su ayuda para reunir a los líderes dragones, y fue él quien les recordó su propósito de defender Azeroth. Los Aspectos estaban más unidos ahora de lo que lo habían estado en los últimos diez mil años.
—Thrall —la Despierta hablaba suavemente. La naturaleza se agitaba ante su voz. El viento tiró de las largas y morenas trenzas del orco. La hierba crujió bajo su toga. Pero el chamán no abrió los ojos.
Le asombró su nivel de concentración, pero sabía que no le había sido fácil conseguirlo. Durante el primer intento de curación de Nordrassil, los siervos de Alamuerte tendieron una emboscada a Thrall y dividieron su mente, cuerpo y espíritu en los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Thrall se salvó gracias al esfuerzo de su compañera, Aggra, y un héroe mortal. Desde ese momento, Thrall mostró una conexión recién descubierta con la tierra que iba más allá de la mera comunicación con los elementos. Sentía Azeroth como si fuese parte de él mismo, en una milagrosa conjunción con el mundo. Ysera creía que durante el proceso de recreación de su espíritu la esencia de Azeroth se había introducido en él.
—Thrall. —Ysera colocó cuidadosamente su mano sobre el brazo del chamán.
El orco finalmente salió de su meditación y se puso en pie. —Lady Ysera, he comenzado sin ti. Acepta mis disculpas.
—Solo estoy aquí para ayudarte cuando sea necesario —aseguró el Aspecto Verde.
—Si se me permite preguntar, ¿qué tal ha ido la reunión?
—Hemos hecho avances —se forzó a sí misma a decir antes de cambiar el tema de conversación—. ¿Podemos comenzar?
—Sí. —Thrall se sentó e Ysera hizo lo propio. Hace mucho que había aprendido que el mejor método de enseñanza era la demostración. Mientras el espíritu de Thrall se fundía con el de la tierra, ella se enlazaba a las raíces de Nordrassil. Las magias eran distintas, pero los principios de la concentración no diferían tanto.
—¿Has tenido los mismos problemas últimamente? —preguntó Ysera. Thrall había hablado de su fracaso a la hora de conectar con la tierra de más allá de Hyjal como si algún tipo de barrera mental bloquease su espíritu. El orco estaba decidido a comprender sus nuevas facultades, pero parecía reacio a adentrarse demasiado en Azeroth.
—Así es. —Thrall frunció el ceño, frustrado—. Me siento como arrastrado por la marea en un gran océano. Cuanto más penetro en sus profundidades, más alejado me siento de la costa…
—Thrall —dijo Ysera mientras recogía un puñado de tierra y lo ponía en la mano izquierda del orco—. Esto es Azeroth. Si tu espíritu puede adentrarse en esta tierra, puede hacerlo en cualquier sitio. Hyjal no es un ancla mágica; es la misma tierra que yace bajo las calles de Orgrimmar o las selvas de Tuercespina. Este mundo es un solo ente.
—Un solo ente… —El orco dirigió su mirada al suelo y comenzó a reír a carcajadas—. Muchas veces, los problemas más complejos se resuelven con las respuestas más sencillas: las que tenemos ante nuestros propios ojos. Mi viejo tutor, Drek'Thar, me dijo esto mismo hace ya muchos años. Te pareces mucho a él. Tan sabia y paciente… Sea cual sea el obstáculo al que me enfrento, siempre sabes cómo sortearlo.
Ysera quiso sonreír al sentir la gran ironía que encerraban las palabras de Thrall.
—Esto será mi ancla. —El chamán cerró el puño con la tierra dentro.
Thrall cerró los ojos y respiró profundamente. Ysera hizo lo propio, para después comenzar a hablar. —Abandona tus pensamientos. Separa tu espíritu de tu cuerpo y siente la tierra que nos rodea. Sé consciente de que las rocas que hay bajo tu ser son las mismas que bajo el mío. Sé consciente de que si puedes dar un paso, también puedes dar el siguiente.
Ysera siguió sus propias instrucciones: su espíritu procedió a unirse con una de las enormes raíces del Árbol del Mundo. Thrall nunca había creído que estuviese predestinado a poseer ese poder ahora floreciente; para él, era solo fruto de la casualidad. La realidad era totalmente opuesta. Su propósito era claro, incluso aunque él no fuese consciente de ello. Todos sus años de dedicación como chamán le habían llevado a conseguir esta extraordinaria capacidad de unirse con la tierra. La Despierta anhelaba poder sentir una plenitud similar.
Sus pensamientos se desplazaron hasta las reuniones con los otros Aspectos. Se concentró en cada detalle, preguntándose si podía existir una respuesta sencilla escondida entre interminables discusiones. La atención de la Despierta se trasladó a Kalec. Algo que el joven Aspecto había mencionado le martilleaba la cabeza.
Un arma. Un arma como ninguna otra.
Esas palabras tenían cierto poder; un significado que iba más allá de su entendimiento.
Un arma…
... como ninguna otra. No puede ser como ninguna otra. Una voz familiar resonaba en su cabeza. Tan abrumadora como un maremoto, que barrió por completo las millones de ideas inconexas que circulaban en su conciencia.
Ysera abrió los ojos de golpe, pero ya no estaba en Hyjal.
Se encontraba flotando en una oscura y cavernosa estancia que reconoció como la Cámara de los Aspectos, el consagrado dominio de los cinco Vuelos. Bajo ella podía verse una reunión de dragones. Ysera (una versión de su pasado) estaba entre ellos, junto con Alexstrasza; Soridormi, consorte principal de Nozdormu; Malygos, último dragón Aspecto Azul, y… Alamuerte.
No, no la horrible criatura llena de cicatrices del presente. Era Neltharion, el Guardián de la Tierra, otrora orgulloso Aspecto del Vuelo Negro. Pese a que sus compañeros lo desconocían, ya había sido corrompido por los malignos dioses antiguos, unos seres de poder insondable, hermanos de la locura, encerrados en la tierra por los titanes; y había abandonado su deber de proteger Azeroth.
Ysera distinguió el momento de inmediato. Sucedió hace más de diez mil años, durante el transcurso de la Guerra de los Ancestros. La demoníaca Legión Ardiente había invadido Azeroth, y los Aspectos se habían reunido para llevar a cabo una ceremonia que, esperaban, salvaría al mundo de la aniquilación. Estaban reunidos alrededor de un disco dorado sin rasgo distintivo alguno que se encontraba suspendido en el aire.
A primera vista parecía una simple baratija. Sin embargo, se trataba del arma que haría añicos la unidad de los Vuelos. El arma que acabaría con la vida de innumerables dragones del Vuelo Azul y llevaría a Malygos a un retiro milenario. El Alma de dragón.
Ysera contempló aterrorizada el final del ritual. Cada uno de los Aspectos, excepto Neltharion, había permitido que se sacrificase una porción de su esencia, con la que dotaban de mayor poder al artefacto. Los dragones habían aceptado esa drástica renuncia con el convencimiento de que el disco se utilizaría para expulsar a la Legión de Azeroth.
—Está hecho… —declaró Neltharion—. Todos han entregado lo que se debe entregar. En este momento sello el Alma de dragón para toda la eternidad, para que lo que se ha logrado no se pierda jamás.
Un siniestro brillo negro envolvió al Guardián de la Tierra y al artefacto, lo que supuso un sutil indicio sobre su verdadera naturaleza.
—¿Es lo único que podemos hacer? —preguntó de manera discreta la Ysera del pasado.
—Es lo que debemos hacer —respondió Neltharion, casi sin ocultar su posición desafiante.
—Es un arma como ninguna otra. No debe parecerse a ninguna otra —añadió Malygos.
Las paredes de la cámara comenzaron a fracturarse y cayeron como fragmentos de cristal después de la intervención de Malygos, dejando al descubierto el tono esmeralda del terreno del claro. Thrall permanecía en su estado de meditación, ajeno a la visión de Ysera. Ella apenas dirigió su mirada hacia el orco mientras se incorporaba, e intentaba reconstruir lo que había visto. ¿Es un error pensar que el Alma de dragón pueda ser la salvación de Azeroth, después de todo el sufrimiento y muerte que ha desatado?
La Despierta salió rauda de la arboleda en busca de Kalec y Alexstrasza. El resto de los Aspectos pensarán que estoy loca cuando les proponga utilizarla para nuestros propios fines. A pesar de sus temores, un único pensamiento le hacía avanzar: La tiranía de Alamuerte ha de terminar tal y como empezó.
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La tierra no era un objeto en la mano de Thrall. Era, tal y como se dio cuenta, parte de él, al igual que sus dedos eran parte de su mano, únicos en sí y entre sí, pero partes de un todo más amplio.
El espíritu del orco descendió a la tierra que se encontraba bajo él y a continuación a las profundidades de Hyjal. Sintió cada roca y cada grano de arena como si fueran una extensión de sí mismo. Los caóticos elementales de tierra, a quienes había intentado calmar durante tanto tiempo, lo acogieron, lo recibieron como uno de los suyos.
La montaña mantenía una actividad febril. Los chamanes, Aggra entre ellos, susurraban a la tierra en un coro armonioso que tranquilizó tanto el espíritu de Thrall tal como a los elementos. En otro lugar, los druidas dirigían las raíces de Nordrassil cada vez más hacia las profundidades de Azeroth. La esencia del orco se movía a su lado, en un lugar en el que rocas serradas y trozos de granito se habían reducido a tierra blanda para que el Árbol del Mundo se pudiese nutrir y a su vez reforzase la tierra. Se dejó llevar por el ciclo curativo, y se sintió vivificado.
El espíritu de Thrall llegó a la falda de la montaña. Era lo más lejos que hasta ese momento se había atrevido a ir. La conciencia sobre su cuerpo físico era tan lejana como lo había sido en los intentos anteriores. El orco se centró en la tenue sensación de la tierra en su mano mientras repetía la sabia lección de Ysera. —Esto es Azeroth. Este mundo es un solo ente.
Envalentonado por esas palabras, Thrall puso fin a todas las reservas de su corazón y se sumergió en Azeroth.
Su esencia discurrió precipitadamente a través de la gran extensión de tierra que se desplegaba a su alrededor. Se desplazó por la tierra templada por el sol de Durotar y después por las embarradas orillas del Pantano de las Penas. Todas las zonas, independientemente de su lejanía o singularidad, estaban conectadas de un modo que nunca había alcanzado a comprender.
Aparte de las áreas que conocía, Thrall encontró otras zonas y particularidades de Azeroth de las cuales no tenía ningún conocimiento.
En alguna parte del Mare Magnum existía una misteriosa isla envuelta en bruma...
Bajo los Reinos del Este, una presencia se agitaba en las montañas de Khaz Modan. Su espíritu era poderoso, pero no era un elemental. Era, por extraño que pareciese, similar a Thrall: un mortal que había trascendido los límites de la carne. El desconocido ser patrullaba la antigua tierra de la región como si estuviera manteniendo una vigilancia silenciosa sobre el territorio. Hablaba con un acento enano que retumbaba por todo Azeroth.
—Puesto que somos terráneos y pertenecemos a la tierra. Su alma es nuestra alma; su dolor, nuestro dolor; su latido, nuestro latido...
Thrall también observó que los lugares más profundos del mundo estaban repletos de lesiones causadas por la lava y otras heridas.
En ningún otro lugar halló tanto sosiego como en las inmensas cavernas, frías y de apariencia poco natural, esparcidas por todo el globo. Eran bolsones sin vida a los que incluso los elementales de tierra eran reacios a acercarse.
Uno de los vacíos se encontraba muy por debajo del Monte Hyjal. Thrall dirigió su espíritu hacia el hueco subterráneo. A diferencia del resto de Azeroth, su vista no podía introducirse en el interior de la caverna. A medida se iba acercando, una voz surgió del interior de la cámara, encrespándose con un poder inconmensurable.
—Chamán.
Resonaba en el espíritu del orco como si Azeroth mismo le estuviese hablando.
—Ven.
Thrall fue arrastrado hacia el origen de la voz; forzado a buscarla. Su esencia rodeó el exterior de la cámara hasta que encontró una entrada en las aparentemente impenetrables paredes de la caverna. Mientras empujaba a su espíritu hacia el vacío, rocas y tierra le acompañaron. Los escombros se unieron para formar unas piernas, un torso, brazos y una cabeza; dos polifacéticos cristales hicieron de ojos. Su nueva forma imitaba a su cuerpo físico salvo por el hecho de que estaba formada de tierra.
—¿Quién eres? —gritó Thrall con un agudo estrépito que sonó más a piedras triturándose que a un idioma coherente.
La única iluminación de la estancia provenía de unas fuentes de turbulento magma. Las paredes y el suelo estaban cubiertos con una recia sustancia cristalina tan negra que parecía consumir toda la luz que había a su alrededor.
—Aquí —la respuesta provino del centro del vacío subterráneo—. Aquí reside la verdad del mundo.
Thrall avanzó con dificultad hacia el interior de la cámara, seducido por la autoridad que destilaban esas palabras. Su conexión con el resto de Azeroth y con su cuerpo en Hyjal se reducía con cada paso que daba. En el centro de la caverna se encontraba una figura humanoide, con las facciones ocultas tras una extraña oscuridad, casi tangible.
Caminó pesadamente hacia ella, hasta que dos ojos se abrieron en ese ser escultural, que ardían con el color de la roca líquida.
Thrall dio un salto hacia atrás mientras las sombras que escondían la figura se desvanecían y revelaban un grotesco ser humano. Una enorme pieza de metal con forma de mandíbula se encontraba atornillada a su pálido rostro. Cuernos dentados se enroscaban alrededor de sus hombros, y sus dedos acababan en garras similares a dagas. Vetas de magma recorrían su pecho.
El orco no reconoció al humano, pero sintió su identidad: Alamuerte en su apariencia mortal.
—La arrogancia de los chamanes nunca deja de sorprenderme —la voz del Aspecto Negro retumbó, como si dos inmensos pedruscos se hiciesen añicos el uno contra el otro —. Pretendes dominar un poder que no tienes derecho a alcanzar... Un poder más allá de tu entendimiento.
Thrall se dirigió como una flecha hacia la pared por la que había entrado a la caverna. Varias placas de cristal negro se desprendieron del suelo y golpearon la tierra desprotegida. El orco golpeó la barrera con el hombro, y suplicó a los espíritus elementales que se apartasen. La malévola sustancia no accedió a sus peticiones tal y como ocurría con el resto de elementales de tierra de Azeroth.
—Interesante, ¿verdad? —gruñó Alamuerte tras él—. La sangre de los dioses antiguos no responde a tus caprichos, puesto que no proceden de este mundo. Solo los elegidos pueden dominarla.
Thrall se giró hacia el Aspecto esperando un ataque, pero Alamuerte no había avanzado.
—He estado esperando tu llegada; he observado cómo tu espíritu se tropezaba a ciegas contra las laderas de Hyjal —dijo Alamuerte—. Había supuesto que te faltaba valor para aventurarte más allá de la montaña, pero tu progreso prueba lo que sospechaba. El resto de los Aspectos quieren otorgarte mis poderes. Desean reemplazarme por un mortal.
Thrall no entendió esas palabras. Pese a que había mejorado sus habilidades, Ysera y sus compañeros le habían dicho que nunca se convertiría en un Aspecto o, por extensión, en el Guardián de la Tierra.
—Ellos no me han otorgado estos poderes. —Thrall bordeó la pared de la caverna, buscando a tientas un resquicio o una debilidad entre las placas de sangre de los dioses antiguos—. Y la decisión de utilizarlos fue exclusivamente mía.
La cámara tembló con la risa de Alamuerte. —Eso es lo que te han hecho creer. Tengo ojos en muchos lugares, chamán. Sé que el resto de los Aspectos han permanecido en Hyjal para trazar una estrategia y que tú estás con ellos. Como cobardes, te han atraído hasta este destino sin tu conocimiento para intentar que mi maldición se convierta en la tuya.
—Lo que se te otorgó fue un don, no una maldición —dijo Thrall. En tiempos recientes había aprendido mucho sobre los titanes y los Aspectos. Hace mucho tiempo, el titán Khaz'goroth había otorgado a Alamuerte el mando sobre toda la extensión terrenal del mundo, y le encomendó la tarea de protegerla frente a cualquier daño. Sin embargo, esta tarea le había hecho susceptible a la influencia de los dioses antiguos constreñida en Azeroth. Las pruebas y tribulaciones que habían aquejado a los Aspectos a lo largo de la historia, desde la traición de Alamuerte hasta la inminente Hora del Crepúsculo, eran parte de la gran estrategia de los dioses antiguos destinada a acabar con la vida en el mundo.
—¿Un don? —dijo gruñendo Alamuerte—. Te equivocas, al igual que el resto de Aspectos, y eres demasiado necio como para reconocer que las cargas que se nos imponen no son más que prisiones.
—Los titanes te otorgaron un propósito —replicó Thrall. Su conexión con Hyjal era más lejana que nunca. Sentía que la tierra que tenía en su mano física a varias lenguas de distancia se le caía entre los dedos.
—No hay propósito en lo que ellos hacen. —Alamuerte dio varios pasos hacia Thrall, cada uno de ellos hice retumbar la cámara —. Azeroth era un experimento para los titanes. Un juguete. Cuando se cansaron de él nos volvieron la espalda a todos y se mostraron indiferentes frente al mundo fracturado que dejaron atrás.
—¡Está fracturado por lo que has hecho, porque abandonaste tu don! —Thrall rugió.
—¡No es un don! —El cuerpo de Alamuerte temblaba con ira.
Thrall notó que sus palabras estaban teniendo efecto. Continuó incitando al Aspecto, con la esperanza de que acabase revelando algún tipo de debilidad. —Era un don que no fuiste capaz de soportar; te faltó fortaleza. El don…
—¡Silencio! —ordenó Alamuerte—. Si quieres llamarlo don, que así sea. Ahora sabrás qué se siente al ser yo; qué se siente al recibir este grandioso don… qué se siente al percibir el ardiente corazón de este mundo como propio…
El dolor estalló en lo más profundo del térreo pecho de Thrall. Las incesantes llamas que rugían en el núcleo de Azeroth se revolvían ahora en su espíritu. Su pétrea piel siseaba y humeaba mostrando un rojo oscuro y violento.
—Ahora sabrás lo que es sentir el peso de este mundo agonizante sobre tus hombros.
Las piernas de Thrall temblaron mientras sentía cómo todas las rocas de Azeroth imponían su presión sobre él. Su cuerpo se astillaba; se quebraba. Se encontraba más allá de la agonía física. Su espíritu se deshacía, asfixiado por la inconmensurable carga.
—¿Y bien? ¿El don es tan agradable como pensabas? —preguntó Alamuerte con gran regocijo—. Esto es lo que quieren los otros Aspectos: encadenarte a este mundo, como han hecho conmigo. Condenarte a una vida de tormento eterno.
Al sentir un dolor tan insoportable, Thrall comprendió que ahora poseía un poder increíble. El peso de Azeroth se encontraba a su servicio. ¿Acaso Alamuerte era tan arrogante como para proporcionarle semejante ventaja?
El orco no cuestionó su intuición; este era el error de juicio que había estado esperando en su oponente. Con un rápido movimiento, Thrall canalizó la carga de Azeroth a su puño y se abalanzó sobre Alamuerte. El poder era absolutamente embriagador. Sentía que podía romper una montaña en dos.
El Aspecto Negro permaneció inmóvil mientras Thrall se acercaba. Un instante antes de que su puño se estrellase contra el pecho de Alamuerte, el peso de Azeroth, junto con todo su poder, le fue arrebatado.
Su mano golpeó la forma humana del Aspecto, y el brazo de Thrall se desintegró en miles de pedazos hasta la altura del codo. Cayó de rodillas, hundido, y lanzó un alarido lleno de agonía mientras el magma salía a borbotones de su extremidad.
En la lejanía, cerca de su cuerpo físico en Hyjal, sintió cómo la tierra se partía en dos.
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Había magos mortales, incluso miembros del Vuelo Azul, que afirmaban que las reglas de la magia Arcana eran absolutas. Incluso donde se percibían límites, Kalec solo vislumbraba potencial para nuevos descubrimientos. Para él, la magia no era un sistema rígido de fría lógica. Era el elemento vital del cosmos. Era infinita en sus posibilidades. Lo más parecido a la encarnación de la belleza que conocía.
Cuando Ysera fue a verle para hablar con emoción sobre el Alma de dragón y el papel que podría desempeñar, el desafío de superar lo imposible le consumió de inmediato. A diferencia del resto de Aspectos, Alamuerte no había imbuido su esencia en el arma. La cuestión de cómo podría emplearse eso en su contra era realmente complicada. También generaba una gran preocupación la creencia de que cualquier dragón que utilizase el artefacto en su estado original acabaría irremisiblemente dañado por su poder. El Alma de dragón había destrozado el cuerpo de Alamuerte, lo que le forzó a unir su forma encolerizada con la ayuda de placas de metal.
A pesar de los desafíos que implicaba, Kalec concibió el artefacto como una oportunidad de refrendar su lugar frente al resto de Aspectos, seres a los que siempre había recurrido en busca de inspiración. Se había convertido en Administrador de la Magia en un momento en el que los dragones del Vuelo Azul, Verde, Bronce y Rojo se encontraban en peligro de extinción. Los milagrosos poderes que le habían sido otorgados a su anterior líder, Malygos, por el titán Norgannon, estaban ahora a su disposición. Los dragones del Vuelo Azul, el mismísimo corazón del Vuelo, le habían elegido a él; habían puesto su fe en él. No los decepcionaría.
—No se puede utilizar el Alma de dragón contra Alamuerte, puesto que no contiene su esencia —dijo Alexstrasza, aunque se percibía cierto tono de incertidumbre en su voz. Después de que Ysera informara a Kalec de su descubrimiento, los dos Aspectos se habían citado con la Protectora en su lugar de reunión en el Refugio Cenarion para discutir el plan.
—Cierto —balbuceó el Aspecto Azul. Sintió cómo las miradas de los otros Aspectos le taladraban, como si pretendiesen juzgar cada palabra que pronunciase—. Necesitaríamos su esencia. Desgraciadamente, las muestras de sangre que conseguimos, pese a que no dejan de tener valor, no contienen lo que buscamos. Aunque con la suficiente magia Arcana, podríamos alterar las propiedades del Alma de dragón para que pudiera afectarlo… Al menos en teoría.
—En teoría —repitió la Protectora.
Kalec se estremeció en su interior. El artefacto era, objetivamente, un riesgo. Mucho de lo que sabía sobre cómo funcionaba lo había tomado de los escritos de los magos del Kirin Tor, en concreto del humano Rhonin. Él había manejado el arma y había adivinado parte de sus características, y su tratado sobre el tema constituía una fuente de información incalculable para Kalec. Sin embargo, muy poco de aquello se había demostrado.
—No tenemos otra opción. —Ysera dio un paso al frente, para alivio de Kalec—. Sé que te duele, pero parece lo mejor. Esta arma fue la que comenzó todo... La que nos hizo pedazos. Esta oscura era en nuestras vidas debe terminar tal y como empezó.
Alexstrasza bajó la mirada. Kalec percibió cómo la confusión iba haciendo mella en ellos. A decir verdad, había estado preocupado por cuál sería la reacción de la Protectora frente al ardid. Estaba al corriente de la sórdida historia del artefacto. Al finalizar la Guerra de los Ancestros, los Aspectos Azul, Verde, Bronce y Rojo habían encontrado y encantado un arma para que ni Alamuerte ni ningún otro dragón pudiesen volver a blandirla. Milenios después había caído en las manos de los orcos Faucedraco, quienes la utilizaron para esclavizar a la Protectora y a su prole. Muchos dragones del Vuelo Rojo se habían visto forzados a actuar como monturas de guerra durante esos ignominiosos tiempos.
—Esta es la respuesta que aguardábamos, Lady Alexstrasza —aseguró Kalec.
—Lo sé... —la voz de la Protectora sonaba desolada—. Partiré para informar a Nozdormu. Continúa con tu investigación.
Todo dependía del Atemporal. Aunque Kalec encontrase algún modo de modificar el artefacto, los Aspectos necesitarían pedir ayuda a Nozdormu para hacerse con él a través de los portales del tiempo. El Alma de dragón ya no existía en el presente. En su mayor parte había sido destruida por Rhonin, hacía más de una década. Después, la dragona del Vuelo Negro Sinestra se había hecho con los fragmentos restantes, que prácticamente no poseían poder alguno, y los utilizó para sus propios fines. Esos últimos fragmentos del Alma de dragón también se habían destruido. Pedir que el Atemporal recuperara el artefacto era una tarea imposible, pero Kalec, Ysera y Alexstrasza sabían que debían hacerlo.
Después de que la Protectora se marchase, Kalec volvió hasta una pequeña mesa en el Refugio Cenarion. Sobre su superficie había varios orbes de visión esparcidos, los cuales utilizaba para comunicarse con sus agentes en El Nexo. Cogió uno de los dispositivos y lo hizo rotar en su mano, mientras reflexionaba sobre los obstáculos que suponía el Alma de dragón.
Ysera caminó hacia Kalec, y cuando abrió la boca para hablar, la tierra se retorció, lo que estuvo a punto de derribarlos a ambos. Comenzaron a llegar gritos procedentes de Nordrassil, donde El Anillo de la Tierra y el Círculo Cenarion se encontraban acampados. El Aspecto Azul intercambió una mirada cautelosa con Ysera. Los temblores habían sido algo frecuente desde el Cataclismo, pero este se dejó sentir como si se hubiese originado justo bajo sus pies.
La tierra volvió a convulsionar, esta vez con más violencia que antes.
—No puede ser… —Los ojos de Ysera se abrieron mientras se apoyaba contra una de las paredes de madera de una estructura druídica. La mezcla de temor y comprensión en su voz hizo que Kalec se sintiese inquieto.
—¿Es Alamuerte? —Un escalofrío de terror subió por su espalda—. ¿Está aquí?
El Aspecto Verde salió corriendo del edificio sin siquiera contestar. Kalec siguió sus pasos mientras ella corría hacia la base de Nordrassil.
Numerosas fisuras se habían abierto alrededor del Árbol del Mundo. Allí, los chamanes y los druidas se afanaban en llevar a un lugar seguro a los compañeros que habían caído en las simas. Ysera, sin embargo, no se detuvo. Para confusión de Kalec, prosiguió su camino más allá del Árbol del Mundo hacia una hilera de árboles que rodeaban un tranquilo claro. Sentado en el centro estaba Thrall, absorto en su meditación, o al menos eso es lo que parecía. Su compañera, Aggra, se encontraba a su lado, y se afanaba en sacudir los hombros del orco.
La hembra de piel marrón se volvió hacia Kalec e Ysera cuando los dos Aspectos llegaron al claro.
—Algo le pasa a Go'el —dijo, utilizando el nombre de nacimiento del orco—. Fui en su busca cuando comenzaron los terremotos, y me lo encontré así. No parece poder salir de este estado. ¿Qué ha pasado?
Ysera se arrodilló junto a Thrall. El orco parecía estar sufriendo una agonía extrema, su rostro se retorcía de dolor, pero no había ninguna herida visible en su cuerpo. —Entonces es él… —dijo el Aspecto Verde.
La Despierta examinó la mano izquierda de Thrall. Por lo que Kalec pudo ver, estaba vacía. Esto hizo que el Aspecto Verde se detuviera. Rápidamente, cogió un puñado de tierra y lo depositó sobre la palma del orco.
—¿Existe algún tipo de conexión entre Thrall y los terremotos? —preguntó Kalec.
—Ha entrado en comunión con la tierra como ningún otro chamán lo ha conseguido antes. La tierra es parte de él y él es parte de ella. Algo ha atrapado su espíritu. Estas grietas… son sus heridas.
—Tiene que haber algún modo de liberarlo —rogó Aggra.
—Si su espíritu no ha viajado demasiado lejos de Hyjal, existe alguna posibilidad. —Ysera se levantó y se acercó a Aggra—. Debemos reunir a los chamanes y a los druidas. Nos queda mucho trabajo por delante.
La compañera de Thrall se mostró dubitativa. —No puedo dejarle así…
—Si deseas salvarle debes confiar en mí. —La voz de Ysera no era más que un susurro, pero hizo que Kalec sintiese una apremio irrefrenable.
Aggra también debió de sentir algo similar. Lentamente, siguió al Aspecto Verde.
—Lady Ysera, ¿hay algo que pueda hacer? —Kalec se sintió penosamente fuera de sitio. El problema de Thrall tenía que ver con el reino de los elementos, un dominio en el que el Aspecto Azul no tenía poder alguno.
—Permanece a su lado y, pase lo que pase, asegúrate de que siempre haya tierra en su mano.
Tras eso, Ysera y Aggra se marcharon; mientras lo hacían, Aggra miraba hacia atrás por encima del hombro, visiblemente preocupada.
No era la respuesta que Kalec esperaba, pero accedió. Durante unos breves instantes dudó si Ysera le había encomendado una tarea tan exigua porque no le consideraba suficientemente importante, pero sabía que la Despierta no juzgaba al resto de esa manera. No había ningún doble significado en sus palabras. Se le necesitaba allí. Nada más.
Mientras se sentaba junto a Thrall, Kalec se dio cuenta de que quizás había estado demasiado concentrado en encontrar un modo de derrotar a Alamuerte él mismo, lo que le habría hecho desdeñar otras soluciones más viables. Si Thrall realmente había conseguido combinar su esencia con la de la tierra y viceversa, ¿significaba que este mortal poseía una porción de Azeroth en su espíritu, al igual que Alamuerte?
El Aspecto Azul sacó un orbe de visión de una bolsa que tenía al lado. Tras un instante, la turbia bruma del interior del artefacto se disipó y reveló el rostro de Narygos, un miembro de su Vuelo.
—Kalecgos. —El otro dragón inclinó su cabeza.
El Aspecto Azul devolvió el gesto antes de comenzar a hablar. —Existió un ser de breve existencia que empuñó el Alma de dragón contra el Vuelo Rojo, ¿no es así?
—El orco llamado Nekros Aplastacráneos —respondió Narygos—. Una criatura de lo más despreciable.
—Sí, cierto. Fue él. ¿Hasta qué punto le dañó el artefacto?
—Según lo que documentó Rhonin sobre el asunto, no recibió daño alguno —afirmó Narygos—. El Alma de dragón no afecta de manera negativa a las razas de existencia breve del mismo modo en que nos afecta a nosotros. De hecho, en ese sentido se podría decir que es único.
—Gracias, amigo mío. Eso es todo. —Kalec devolvió el orbe a su bolsa.
Thrall, un mortal que ha accedido a la esencia de la tierra, reflexionó el Aspecto Azul. No hacía demasiado tiempo, el orco había ayudado a Kalec, Ysera, Nozdormu y Alexstrasza a entrar en comunión con la tierra, lo que les permitió combinar sus poderes y evitar un ataque por parte de los siervos de Alamuerte. En ese momento, el chamán había actuado como mero conducto hacia Azeroth. Ahora, sin embargo, era mucho más que eso. Él era la respuesta… el fulcro a través del cual el Alma de dragón se podía emplear contra su hacedor.
Kalecgos puso algo de tierra en la palma de Thrall y observó el rostro del orco retorcido por el dolor. Temía que la única esperanza que los Aspectos tenían para completar su empresa estuviese a punto de perderse para siempre.
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Alamuerte pasó sus garras por el pecho de Thrall, lo que causó otro corte en la térrea piel del orco. El cuerpo del chamán estaba plagado de grietas, pero ninguno de los ataques de su enemigo había sido mortal.
El Aspecto Negro anhelaba acabar con la voluntad de Thrall, transformarlo en un agente de los propios designios del dragón. Era la única explicación que el orco podía encontrar a por qué su adversario no había acabado aún con él.
Alamuerte estaba a punto de conseguirlo. Atrapado en la caverna, el espíritu de Thrall se había vuelto insensible a Azeroth, salvo por su dolor. Si se hubiese encontrado en esta situación sólo unas semanas atrás, cuando las dudas, los temores y la rabia anidaban en su corazón, se habría entregado. Se habría perdido a sí mismo en esta jaula de aislamiento. Y sin embargo, nunca antes se había sentido más seguro de su propósito como chamán.
—Los titanes creían que tendrías la fortaleza suficiente como para aguantar —dijo Thrall. Su poder no era nada comparado con el del Aspecto, así que el orco utilizó las únicas armas a su disposición: las palabras—. Creían en ti. ¿Qué fue lo que provocó que fracasases y te aliases con los seres que buscan poner fin a todo tipo de vida en Azeroth? ¿El miedo? ¿Las dudas?
—Tus lealtades están equivocadas, chamán. Si así lo quisieran, los titanes exterminarían a los de tu credo y al resto de razas menores sin siquiera pensárselo dos veces. Los dioses antiguos conocen la inutilidad de los trabajos de los titanes. Se han comprometido a acabar con los grilletes de mi carga. Cuando ese día llegue, purgaré cualquier resto de la presencia de los titanes y reinaré sobre este mundo desde la cima. Azeroth renacerá.
Alamuerte lanzó su rodilla contra el pecho de Thrall, lo que envió al orco contra la pared de la caverna. El chamán estaba luchando por levantarse, cuando escuchó una serie de voces que reverberaban a través de la tierra del exterior de la cámara. Era el Anillo de la Tierra: Muln Furiatierra, Nobundo y… Aggra.
Los chamanes estaban buscándole a través de los espíritus de los elementales. Thrall intentó alcanzar su cuerpo físico y, para su sorpresa, sintió un fresco y húmedo montón de tierra en su mano. Su comunión con la enorme extensión de tierra entre Hyjal y la caverna volvió a la vida. El orco hizo uso de toda su concentración para realizar mentalmente un grito de respuesta a los elementales situados justo en el exterior de la cámara.
A continuación, se hizo el silencio.
Estaba preparándose para realizar otra llamada cuando su energía aumentó de manera inesperada y su cuerpo térreo comenzó a sanarse. En ese momento se percató de que los chamanes también estaban sellando las simas en Hyjal. Según iban avanzando, sus heridas se iban curando. El orco se puso en pie de un salto; se sintió totalmente revitalizado.
—No has respondido a mi pregunta —dijo Thrall—. ¿Fracasaste por el miedo y las dudas?
Los ojos de Alamuerte ardieron con un tono carmesí. Se lanzó hacia adelante y cogió a Thrall por el cuello, y lo zarandeó en el aire. El Aspecto Negro pasó una de sus salvajes garras sobre el estómago del orco.
—En un sistema absolutamente imperfecto, el único fracaso es negarse a ver la realidad. La cantidad de desdichados seres que consigáis engañar tú y el resto de los Aspectos con vuestra inútil causa es absolutamente irrelevante. La victoria seguirá estando fuera de vuestro alcance mientras continuéis malgastando vuestras vidas por un futuro sin ningún tipo de esperanza.
La pétrea piel de Thrall se derretía por el lugar en el que el Aspecto Negro le agarraba el cuello. Alamuerte apretó con más fuerza, sus dedos se hundieron en la garganta del orco. Su conexión con Hyjal volvía a flaquear.
—No… —dijo gruñendo el orco mientras se retorcía contra Alamuerte—. Venceremos… porque nos enfrentamos a los desafíos… juntos. ¡Tú fracasaste… porque decidiste… soportar tu carga… solo!
La tierra que rodeaba la caverna comenzó a temblar, lo que Thrall atribuyó a una manifestación de la ira de Alamuerte. Y sin embargo, en lugar de apretar aún con mayor fuerza, el Aspecto Negro lo arrojó a un lado.
Alamuerte extendió sus garras y rugió completamente lleno de ira. Rocas enormes de sangre de los dioses antiguos se desprendieron del suelo de la caverna y se desplazaron hasta una esquina superior de la cámara, formando una gruesa barrera de sustancia cristalina. Thrall tardó un rato en comprender el origen de los temblores. Las raíces de Nordrassil se precipitaban hacia la cámara, y se abrían paso a través de las rocas y la tierra a una velocidad inverosímil.
El Anillo de la Tierra y, por lo que parecía, el Círculo Cenarion, lo habían encontrado.
Thrall cargó y se estrelló contra el Aspecto. Consiguió derribarlo e interrumpir su hechizo. Alamuerte se puso en pie, la sangre le hervía. Su cuerpo palpitaba y remolinos de lava se deslizaban por entre las grietas de su coraza. El dragón Negro comenzó a moverse hacia Thrall, cuando una de las raíces de Nordrassil explotó atravesando la pared de la caverna y provocando una lluvia de fragmentos de cristal.
Alamuerte aferró sus pies al suelo mientras la raíz del Árbol del Mundo se abalanzaba contra él. Durante un breve período de tiempo mantuvo su posición ante el ariete viviente, cuya anchura era superior a la envergadura de un kodo. Otras tres raíces se unieron poco después; irrumpieron en la caverna y llevaron al Aspecto Negro hasta el fondo de la cámara.
Una quinta raíz entró lentamente en el hueco. Se enroscó alrededor de la cintura de Thrall y le expulsó de aquel vacío. Una vez fuera, la comunión del orco con su cuerpo físico cobró fuerza. Sintió la tierra tal y como era, como debía ser, sin la influencia de los dioses antiguos. Todo el dolor y la agonía que había experimentado, los sentimientos que desgarraban el espíritu y constituían la completa existencia de Alamuerte, se desvanecieron.
Alexstrasza halló al Atemporal esperando.
Permanecía inmóvil en la cima de la montaña. Lejos como estaba de los campamentos de chamanes y druidas, la Protectora había asumido su forma de dragón. Era reconfortante poder estirar de nuevo sus alas después de pasar tanto tiempo en su cuerpo élfico. Tras aterrizar junto al escamoso Aspecto Bronce, le contó el plan de Ysera y Kalec respecto al Alma de dragón y el papel que él tendría que asumir. La Protectora había supuesto que Nozdormu la rechazaría, y ella no habría preguntado por qué. Sin embargo, mostró un estado de ánimo mucho más contenido de lo que ella esperaba.
—El Alma de dragón… —dijo Nozdormu—. Ha habido vecesss en las que he pensado en volver y reparar lo que sucedió ese día. Salvar el Vuelo de Malygo… alejarnos a todosss de ese horrible destino.
El Atemporal lanzó un gran suspiro sin dejar en ningún momento de dirigir su mirada hacia el horizonte. —Y si hiciera eso, no me diferenciaría en nada del Vuelo Infinito y de… mi futuro yo.
—Te diferenciarías más de lo que te imaginas —respondió Alexstrasza—. Eonar me encomendó la tarea de proteger la vida. Cuando se abordó el asunto del Alma de dragón, me pregunté a mi misma cómo podía compatibilizar mi deber con el hecho de recuperar el arma más destructiva que jamás se haya forjado.
—Y, a pesar de todo, pretendes hacerlo —respondió Nozdormu.
—Sí. Porque para proteger la vida, en ocasiones debemos destruir aquello que pretende destruirla.
La Protectora había estado pensando largo tiempo acerca del Alma de dragón y el indescriptible sufrimiento que había causado no solo a ella misma y a su Vuelo, sino también a otros seres vivos a lo largo de la historia. En última instancia, había llegado a una dura conclusión: ningún coste sería demasiado alto si implicaba preservar el mundo.
—No puedo obligarte a hacer algo que no creas que es lo correcto —dijo Alexstrasza—. Pero hazte esta pregunta: ¿Acaso Aman'Thul te concedió el dominio sobre el tiempo solo para que pudieses contemplar la muerte de este mundo?
—Ese futuro habitado por el Vuelo Infinito… Si tuviese que viajar allí… —Nozdormu se fue apagando. La aprensión y el temor se dibujaron en la expresión del Atemporal. La Protectora sintió que algo relacionado con el apocalipsis, más allá del estado de los portales del tiempo, inquietaba al Aspecto Bronce. Sin embargo, ya había pedido demasiado a Nozdormu; si no deseaba hablar sobre sus preocupaciones, era su decisión.
Alexstrasza inclinó su cabeza hacia Nozdormu y habló con suavidad. —A cada uno de vosotros se os ha dado un don…
—A cada uno de vosotros ssse os ha impuesto una obligación. —El Atemporal completó la antigua frase sin dudarlo. Era la última orden que los titanes dieron a los Aspectos; se trataba de un recordatorio de que, si bien cada uno de ellos era único, sus poderes y conocimientos nunca se debían entender como separados. Formaban un todo.
—El tiempo es tu responsabilidad, del mismo modo que la vida es la mía, ¿pero cuál es nuestro deber? —dijo Alexstrasza.
—Preservar essste mundo… cueste lo que cueste. Evitar la Hora del Crepúsculo —susurró Nozdormu.
El Atemporal se detuvo justo después. La Protectora alzó la mirada al cielo y la pena invadió su corazón. —¿Ha vuelto algún otro de tus agentes?
—No. Ninguno lo hará. Pero seguiré esperando. Una vez essstuve perdido en el tiempo hasta que Thrall me ayudó. Ahora essstoy perdido fuera de él. —Para sorpresa de Alexstrasza, el Aspecto Bronce soltó una leve risa sombría.
El Atemporal alejó por fin la mirada del horizonte y llevó su mirada a Alexstrasza. —Me he mostrado demasiado rígido durante demasssiado tiempo. Tienes razón. El tiempo de la espera ha terminado…
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Los cuatro dragones Aspectos y Thrall se habían reunido en el retiro druídico situado a los pies de Nordrassil. Una representación etérea del Alma de dragón planeaba en el aire entre ellos. A Alexstrasza estar allí le ponía la carne de gallina. De alguna manera, le recordaba a la ceremonia que se llevó a cabo milenios atrás para dotar de poder al artefacto.
A pesar de ser una réplica Arcana invocada por Kalecgos, el arma tenía poder. Inmersos en la tenue luz violeta que emitía la imagen del Alma de dragón, los Aspectos notaron que sus sombras oscilaban entre sus formas mortales de ese momento y sus auténticos cuerpos de dragón.
—Si tenemos que conseguir el Alma de dragón, debemos primero viajar al futuro que he previsto: el propio Fin de los días —dijo Nozdormu—. Al destruir al Vuelo Infinito y a su líder, quien reina en el apocalipsis, los portales del tiempo se volverán a abrir, lo que nosss permitirá adentrarnos en el pasado y recuperar el Alma de dragón.
—¿Cómo proseguirá la historia si de repente cogemos el artefacto mediante los portales del tiempo? —preguntó Thrall. El orco había permanecido en silencio entre los Aspectos. Ya les había proporcionado una gran ayuda. La Protectora quería que disfrutase de cierta paz, pero necesitaba que volviese a poner su vida en peligro una vez más por la seguridad de Azeroth.
—El tiempo, a diferencia de lo que algunos puedan pensar, no esss lineal. Mi Vuelo detendrá el flujo de la historia para negar el impacto que tuvimos en el pasado. Pero solo podemos garantizar la integridad de los portalesss del tiempo lo estrictamente necesario. Una vez realicemos nuestra tarea devolveremos el Alma de dragón al lugar al que pertenece…
—En lo que respecta al lugar al que pertenece —dijo Kalecgos —, existen muchos puntos en el tiempo en los que podríamos obtener el artefacto. Sus propiedades, sin embargo, sufrieron alteraciones a lo largo de la historia. Si queremos que nuestro plan tenga éxito, debemos utilizar el arma en su forma más pura. Una vez que Nozdormu haya abierto los portales del tiempo, cogeremos el Alma de dragón en la época en la que fue creada: la Guerra de los Ancestros.
—Entonces ya solo nos resta saber quién la empuñará —dijo Alexstrasza, e hizo un gesto a Thrall.
—Mi amigo. —Kalecgos posó su mano sobre el hombro de Thrall—. Por lo que he descubierto, el artefacto fue construido de tal manera que los dragones que lo empuñan acaban destrozados por sus energías. Hace que nos invada un dolor que lleva a la locura. Sin embargo, los seres cuya existencia es corta, debido a su naturaleza, pueden utilizarlo sin sufrir daños en su cuerpo.
—Lo que te pedimos entraña un gran riesgo, Thrall. —La musical voz de Ysera se desplazó a lo largo de la estancia—. Después de que traigamos el Alma de dragón al presente, deberás llevarla al Templo del Reposo del Dragón. Se trata de un lugar con un gran poder, en comunión con la Cámara de los Aspectos, donde originariamente se imbuyó el artefacto. El Alma de dragón ya tendrá poder, pero nosotros le introduciremos nuestras esencias de nuevo, lo cual hará que sea más potente que nunca… y potencialmente más inestable. Debes saber que si Alamuerte está al tanto de nuestras intenciones, es más que probable que tanto él como sus esbirros se dirijan al templo para detenerte a toda costa.
—No pretendo cuestionar tu sabiduría —dijo humildemente Thrall —, pero otras razas a lo ancho y largo de Azeroth también han sufrido la ira de Alamuerte. Podríamos reunir un ejército de mortales como ningún otro para acabar con el Aspecto Negro. ¿No sería un plan más sencillo?
—Incluso aunque todos los mortales se enfrentaran a Alamuerte, no valdría de nada —dijo Alexstrasza—. Las oscuras energías de los dioses antiguos lo han transformado. Ningún ataque físico, por grande que sea, puede destruirlo. Hay que… acabar con él. Debemos destruir su misma esencia, y solo el Alma de dragón tiene el poder para hacerlo.
—Pero solo si nos acompañas —añadió Kalec—. El artefacto fue imbuido con la esencia de los cuatro Aspectos, pero Alamuerte nunca introdujo la suya en él. Si vamos a utilizar esta arma para derrotarlo, tenemos que infundir al artefacto el poder del Guardián de la Tierra. Tú, Thrall, posees una porción, aunque sea pequeña, de eso mismo: la esencia de la misma Azeroth.
—A nosotros nos resulta imposible utilizar el Alma de dragón —dijo Alexstrasza a Thrall—. Es tu responsabilidad… si así lo eliges. Esto es mucho más de lo que hubiera deseado pedirte, especialmente después de haber arriesgado ya tu vida para ayudarnos.
—Para mí es un honor el que solicitéis mi ayuda —dijo Thrall—. Solo tengo una petición. Las razas de breve existencia acabaron con Ragnaros, y antes de él con el Rey Exánime e innumerables amenazas más. Una y otra vez, hemos sido fundamentales a la hora de salvaguardar Azeroth. Estamos tan involucrados en esa causa como vosotros. Con todo el debido respeto, creo que este plan, noble como es, solo puede salir adelante con su ayuda.
No había ninguna duda de que Thrall estaba en lo cierto. Alexstrasza había puesto sus esperanzas en evitar arrastrar a más mortales a esta peligrosa empresa.
—Si así lo desean, son bienvenidos. —Siempre hay gente que da un paso al frente. —El orco sonrió—. Realizaré el llamamiento.
Tras la marcha de Thrall, los Aspectos se quedaron en silencio.
—Hay una cuestión a la que no dejo de darle vueltas —dijo Kalec—. Si detener la Hora del Crepúsculo es nuestro propósito. Si por ese motivo nos crearon los titanes, entonces ¿qué nos sucederá cuando lo consigamos?
Una fría brisa se adentró silenciosamente en el Refugio Cenarion, como si quisiera resaltar las palabras de Kalec. Los Aspectos se mostraron inquietos y se miraron de reojo los unos a los otros. Todos habían reflexionado sobre ese preocupante misterio.
—Sssí… Si cumplimos con nuestro deber, ¿qué valor tendremos después? —meditó Nozdormu—. Con los portales del tiempo profanados, ni siquiera yo puedo ver lo que nos deparará el futuro…
—¿Nuestras acciones resultarán en una pérdida… o un logro? —reflexionó Ysera.
—Obviamente, los titanes tenían un plan para nosotros —argumentó Kalec—. Magia, tiempo, vida, naturaleza… Todo eso existirá siempre. La lógica nos dice que nosotros deberíamos salvaguardarlo para toda la eternidad.
Alexstrasza se quedó observando mientras Ysera, Kalec y Nozdormu comenzaron una discusión en la que afloraron sus esperanzas y preocupaciones. El camino que debían seguir era recto, pero más allá de la Hora del Crepúsculo se hallaba envuelto en una niebla de incertidumbre. La Protectora mantuvo sus propios temores bien encerrados dentro de sí misma. Ella era la reina de los dragones, y si había existido un momento en el que sus compañeros la necesitaban como guía, era este.
—Ninguno de nosotros lo sabe a ciencia cierta —dijo Alexstrasza, llamando la atención del resto—. Y si lo supiésemos ¿realmente importaría? Por esto es por lo que los titanes nos encomendaron nuestra tarea. Los maravillosos dones que nos concedieron son los que ahora debemos utilizar.
La Protectora agarró las manos de los dos Aspectos que estaban más cerca de ella, Ysera y Kalecgos. Ellos, a su vez, hicieron lo mismo con Nozdormu. Sus magias se entremezclaron, fluyendo a través de cada uno de los dragones. Las tranquilizadoras energías calmaron sus nervios y se sintieron envueltos por una sensación de férrea determinación.
—Nos adentraremos en lo desconocido como uno solo —dijo Alexstrasza—. Como debió ser siempre.
He asesinado a uno de los míos.
El pensamiento azotó a Nozdormu el Atemporal en el momento en el que observó el dragón Bronce disecado. Zirion se había marchitado y se había convertido en una cáscara cuyo tamaño era la mitad del original. Las heridas cubrían su cuerpo desde la cabeza hasta la cola. En lugar de sangre, arena dorada manaba de las heridas en corrientes interminables sobre las que resplandecían imágenes fantasmagóricas de su vida que aún no habían acontecido. Su futuro se escaba a borbotones como desangrándose.
Nozdormu dio varias zancadas a través de uno de los solitarios picos del Monte Hyjal para aproximarse a Zirion, y cada momento de la historia se arremolinaba entre las escamas refulgentes del Atemporal. Mientras se acercaba al dragón moribundo, una profunda sensación de impotencia lo inundó por completo. Un velo impenetrable había descendido sobre los portales del tiempo, uno que ni siquiera él, el Aspecto del Vuelo Bronce y el Guardián del Tiempo, podía penetrar. El pasado y el futuro, elementos que otrora reconocía con claridad, aparecían sumidos en la confusión.
―¿Dónde essstán los otrosss? ―Nozdormu estiró su gran cuello hacia Tick, que se encontraba a su lado. La leal dragona había transportado a Zirion sobre su lomo desde la guarida del Vuelo Bronce en las Cavernas del Tiempo a la mayor de las velocidades, una hazaña solo posible gracias al estado marchito de su pasajero.
La respiración de Tick aún era entrecortada, debido al esfuerzo. —Volvió solo.
—¿Cómo es posible? ―Nozdormu gruñó lleno de frustración―. He enviado a doce al pasado. ¡A doce!
Había encargado a sus agentes que investigasen el inquietante estado de los portales del tiempo, pero ahora no podía evitar tener la sensación de que les había enviado a la muerte. Se suponía que tras volver al tiempo presente, los dragones debían encontrarse con el Atemporal en la cima del Hyjal exactamente a mediodía. Hacía ya tiempo que había pasado ese momento cuando Tick, que no fue enviada a los portales del tiempo, había llegado con Zirion a su espalda.
—¿Qué vissste, Zirion? ―Nozdormu realizó la pregunta mientras comenzaba a entrelazar hechizos para revertir la huida de las arenas del tiempo del cuerpo del otro dragón.
—Temo que haya perdido la fuerza para hablar —afirmó Tick.
El Atemporal apenas la había escuchado. Estaba ocurriendo lo imposible: su magia no surtía efecto alguno. Sus acciones habían sido predichas y contrarrestadas por una hechicería igual de poderosa. Un único ser en todo el plano material poseía la previsión y la capacidad para vencer al Aspecto del Vuelo Bronce en el reino del tiempo...
—Cuando volvió por primera vez de los portales del tiempo —prosiguió Tick, vacilante—, contó lo que vio. Independientemente de a dónde quisieran viajar en la historia, siempre acababan en el mismo punto del futuro… la Hora del Crepúsculo.
Nozdormu bajó la cabeza y cerró con fuerza los ojos. Era justo lo que se temía. Las hebras del tiempo se habían unido y se habían visto arrastradas hacia el apocalipsis. En ese oscuro e inerte futuro, incluso el Atemporal encontraría su final. Al menos, eso era lo que él creía. Hacía varias eras, cuando el titán Aman'Thul le otorgó el dominio sobre el tiempo, Nozdormu también tomó conciencia de su propia desaparición.
—¿Quién le ha provocado essstas heridas? —El Atemporal conocía la respuesta, pero deseaba estar equivocado y quería creer que lo que había visto no fuese más que una anomalía.
—Ha sido el Vuelo Infinito y su… líder —Tick apartó su mirada de la de Nozdormu.
He asesinado a uno de los míos. Esas palabras acusatorias retumbaban en la mente del Aspecto.
En otro tiempo pensaba que el Vuelo Infinito no era más que un síntoma del comportamiento errático del tiempo. Sin embargo, y pese a resultar inconcebible, se había percatado de que él y sus dragones Bronce acabarían abandonando su deber sagrado, proteger la integridad del tiempo, y se afanarían por subvertirla.
Nozdormu meditó sobre los acontecimientos de las semanas anteriores mientras luchaba por controlar su ira. Había estado atrapado en los portales del tiempo hasta hacía poco, cuando el mortal Thrall le recordó la primera lección: vivir en el momento presente es mucho más importante que preocuparse por el pasado o el futuro. El Aspecto Bronce había abandonado su cautividad con una nueva comprensión del tiempo... para acabar teniendo que enfrentarse a sus peores temores.
—Perdóname —susurró Nozdormu a Zirion, sin saber si su apreciado sirviente todavía conservaba la vista o el oído. El dragón Bronce herido desplazó la cabeza hacia un lado como signo de apreciación. Llevó su mirada de un lado a otro hasta posar sus pálidos y nublados ojos sobre Nozdormu.
—Perdóname —repitió el Atemporal. La boca de Zirion se ensanchó mientras su cuerpo se estremecía. Casi parecía que estuviese riéndose, pero Nozdormu se dio cuenta rápidamente de que estaba sollozando.
Mientras los últimos rastros del futuro de Zirion manaban de su cuerpo, este utilizó las fuerzas que le quedaban para apartarse de Nozdormu con el terror reflejado en los ojos.
****
El Monte Hyjal retumbaba con los sonidos del festejo.
Tras varios retrasos, los dragones Aspectos Alexstrasza, Ysera, Nozdormu y Kalecgos habían combinado sus magias con las de los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion para reparar el antiguo Árbol del Mundo, Nordrassil. Más recientemente, había llegado la noticia de que Ragnaros, el señor elemental del Fuego, cuyos esbirros habían pretendido reducir Nordrassil a cenizas, había caído a manos de mortales.
Sin embargo, desde donde estaba Ysera la Despierta, en el Refugio Cenarion, situado en la base del Árbol del Mundo, el júbilo no era más que un lejano susurro. El Aspecto del Vuelo Verde sólo escuchaba una trágica historia.
Iba a reunirse con sus compañeros Aspectos para debatir sobre las siguientes acciones contra Alamuerte, el perturbado líder del Vuelo Negro, responsable de la devastación del mundo durante el Cataclismo. Aunque los defensores de Azeroth habían triunfado recientemente en Hyjal y otras regiones, el torturado Aspecto aún pretendía propiciar la llegada la Hora del Crepúsculo. Mientras viviese no dejaría de intentar cumplir sus oscuros planes.
Sin embargo, en vez de discutir sobre estrategias, Nozdormu había relatado la muerte de Zirion y el último ataque del Vuelo Infinito sobre los portales del tiempo. El terso rostro de elfo noble del Atemporal se llenó de arrugas. Al igual que sus hermanos, había adoptado su forma mortal, algo que los Aspectos hacían siempre que se encontraban cerca de las efímeras razas que poblaban los alrededores de Nordrassil.
—Fue asssesinado por mi magia... Por mí —murmuró Nozdormu. Ysera mantuvo su mirada fija, inquieta. A pesar del horrible aprieto en el que se encontraba el Atemporal, no podía evitar fijarse en lo distante que se sentía de todo lo que la rodeaba. Se encontraba flotando entre el mundo de los despiertos y el reino de los sueños, pero sin estar anclada a ninguno de ellos.
—Debo volver al lugar de encuentro. —El Aspecto Bronce retorcía sus manos de manera ansiosa y se movía inquieto—. Puede que el resto de mis agentes regresen todavía, pero no lo sé con certeza. Solo me queda la esperanza.
Mientras Nozdormu se daba la vuelta para marcharse, Ysera trató desesperadamente de encontrar palabras de alivio que lo confortasen. Estaba claro que se había resignado a su suerte. Aman'Thul le había encargado mantener la pureza del tiempo independientemente de los terribles sucesos que hubiesen tenido lugar o llegasen a ocurrir. De alguna manera, a Ysera le parecía que la carga que el Atemporal soportaba era injusta, pero ella no era quién para cuestionar sus obligaciones.
¿Qué se le puede decir a un ser que haría cualquier cosa por proteger a los dragones de su Vuelo, y que ahora se siente responsable de una de sus muertes?, se preguntó. Su mente era una tormenta de ideas fragmentadas. Era como si estuviese en el interior de una enorme biblioteca destrozada por un huracán. Páginas rebosantes de ideas e imágenes se arremolinaban frente a sus ojos, pero todas eran partes de libros diferentes.
Antes de que la Despierta pudiera traer a colación algo con sentido, Nozdormu ya se había ido. Un silencio espeluznante prosiguió a su marcha. Los elfos de la noche que normalmente habitaban el retiro druídico eran lo suficientemente amables como para dejarlo libre durante las reuniones de los Aspectos, pero la ausencia de vida bulliciosa dotaba al lugar de una atmósfera fría y apagada.
—Poco importa que el Vuelo Infinito esté actuando coordinadamente con Alamuerte —dijo finalmente Alexstrasza la Protectora, reina de los dragones de su especie y Aspecto del Vuelo Rojo—. La razón por la que todos hemos acordado quedarnos en Hyjal es plantear la mejor estrategia para hacerle frente. El interrogante de los portales del tiempo no es más que una prueba aún mayor de que debemos actuar con rapidez. Kalecgos, ¿tu Vuelo ha proseguido su investigación?
—Así es. —El Aspecto del Vuelo Azul se aclaró la garganta e irguió la espalda. La actitud amistosa de Kalec se había convertido en extrañamente formal en los últimos tiempos. Él era el más joven de entre los Aspectos, y se le había elegido recientemente para liderar su Vuelo después del fallecimiento de su antiguo líder, Malygos. Ysera supuso que Kalec estaba intentando probar su valía frente a sus compañeros Aspectos, cuando en realidad ellos ya le veían como un igual.
Kalec movió la mano en el aire y una serie de runas luminiscentes aparecieron de la nada, cada una de ellas detallaba los experimentos que había realizado su Vuelo. Los dragones del Vuelo Azul habían registrado las antiguas arcas de conocimiento almacenadas en su guarida, El Nexo, con el fin de investigar las debilidades de Alamuerte. Los dragones de Kalec eran los administradores de la magia, y si había una respuesta oculta en lo Arcano, ellos la encontrarían.
—Hemos recuperado partes de la sangre de Alamuerte proveniente del reino elemental de Infralar, donde se escondió durante muchos años. Las muestras eran pequeñas, pero suficientes para nuestras pruebas.
—¿Y cuáles son los resultados por el momento? —La voz de Alexstrasza sonaba enérgica por las expectativas. Ysera no había visto así de esperanzada a su hermana en ninguno de esos encuentros estériles.
—Al imbuir de magia Arcana la sangre en una cantidad suficiente para destrozar a cualquier otro ser, lo único que conseguimos fue enfurecer a las muestras. La sangre se divide y hierve, pero en última instancia se reagrupa de nuevo.
—Ni siquiera la magia Arcana surte efecto. —La Protectora se encorvó ligeramente.
—No obstante, esto no es más que el comienzo de nuestros experimentos —añadió rápidamente Kalec—. Creo que debemos contar con algún tipo de instrumento cuando nos enfrentemos a Alamuerte. Los números, por muy buenos que sean, no son de gran ayuda. Necesitamos un arma. Un arma como no se ha hecho jamás. Mi Vuelo no descansará hasta que solucione esta situación.
—Gracias. —Alexstrasza se volvió a Ysera—. ¿Has tenido alguna visión mínimamente reseñable?
—No, al menos de momento —contestó, ligeramente avergonzada. Durante estas reuniones, la Despierta solía sentirse como una observadora que pasa desapercibida. El titán Eonar le había otorgado el dominio sobre la naturaleza y la exuberante selva virgen conocida como el Sueño Esmeralda. Durante milenios vivió allí como Ysera la Soñadora. Justo antes del Cataclismo, despertó de su sueño. De ahí que ahora recibiera el nombre de Ysera la Despierta. Sus ojos se abrieron tras un largo período en el que habían permanecido cerrados, pero ella se preguntaba qué se suponía que debía ver.
—Infórmanos si se te pasa algo por la mente. —La Protectora sonrió, pero Ysera percibía su ansiedad—. Nos volveremos a reunir el día de mañana.
Con esas palabras, la reunión terminó del mismo modo en que había comenzado: sin respuestas.
A la mañana siguiente, Ysera se estuvo paseando por los campamentos diseminados en la base de Nordrassil. El gran Árbol del Mundo se alzaba sobre ella, con su copa escondida tras una capa de nubes. En uno y otro lado, los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion meditaban pacíficamente. Después de sanar a Nordrassil, Ysera había mostrado a los druidas cómo unir sus espíritus con las raíces del árbol para ayudarlas a extenderse por el subsuelo. Los chamanes, mientras, trabajaban para tranquilizar a los elementales de tierra, proporcionando a las raíces un conducto seguro según iban adentrándose en las profundidades de Azeroth. La empresa constituía una unión sin precedentes de dos grupos de mortales distintos. Y sin embargo, por mucho que esto dotase de esperanza a Ysera, ella sabía que sus nobles esfuerzos serían en vano si Alamuerte seguía libre para continuar con sus planes.
La Despierta prosiguió su camino hasta un aislado anillo de árboles, al nordeste del Árbol del Mundo. Cuando accedió a un claro en la arboleda, Thrall ya la esperaba sumido en una profunda meditación. Ysera sentía un profundo respeto por el chamán orco, probablemente mayor del que este imaginaba. Hacía algunas semanas, Alamuerte y sus aliados habían lanzado un ataque contra los Aspectos de los Vuelos Verde, Rojo, Azul y Bronce que habría acabado con ellos de no ser por la intervención de Thrall. Él prestó su ayuda para reunir a los líderes dragones, y fue él quien les recordó su propósito de defender Azeroth. Los Aspectos estaban más unidos ahora de lo que lo habían estado en los últimos diez mil años.
—Thrall —la Despierta hablaba suavemente. La naturaleza se agitaba ante su voz. El viento tiró de las largas y morenas trenzas del orco. La hierba crujió bajo su toga. Pero el chamán no abrió los ojos.
Le asombró su nivel de concentración, pero sabía que no le había sido fácil conseguirlo. Durante el primer intento de curación de Nordrassil, los siervos de Alamuerte tendieron una emboscada a Thrall y dividieron su mente, cuerpo y espíritu en los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Thrall se salvó gracias al esfuerzo de su compañera, Aggra, y un héroe mortal. Desde ese momento, Thrall mostró una conexión recién descubierta con la tierra que iba más allá de la mera comunicación con los elementos. Sentía Azeroth como si fuese parte de él mismo, en una milagrosa conjunción con el mundo. Ysera creía que durante el proceso de recreación de su espíritu la esencia de Azeroth se había introducido en él.
—Thrall. —Ysera colocó cuidadosamente su mano sobre el brazo del chamán.
El orco finalmente salió de su meditación y se puso en pie. —Lady Ysera, he comenzado sin ti. Acepta mis disculpas.
—Solo estoy aquí para ayudarte cuando sea necesario —aseguró el Aspecto Verde.
—Si se me permite preguntar, ¿qué tal ha ido la reunión?
—Hemos hecho avances —se forzó a sí misma a decir antes de cambiar el tema de conversación—. ¿Podemos comenzar?
—Sí. —Thrall se sentó e Ysera hizo lo propio. Hace mucho que había aprendido que el mejor método de enseñanza era la demostración. Mientras el espíritu de Thrall se fundía con el de la tierra, ella se enlazaba a las raíces de Nordrassil. Las magias eran distintas, pero los principios de la concentración no diferían tanto.
—¿Has tenido los mismos problemas últimamente? —preguntó Ysera. Thrall había hablado de su fracaso a la hora de conectar con la tierra de más allá de Hyjal como si algún tipo de barrera mental bloquease su espíritu. El orco estaba decidido a comprender sus nuevas facultades, pero parecía reacio a adentrarse demasiado en Azeroth.
—Así es. —Thrall frunció el ceño, frustrado—. Me siento como arrastrado por la marea en un gran océano. Cuanto más penetro en sus profundidades, más alejado me siento de la costa…
—Thrall —dijo Ysera mientras recogía un puñado de tierra y lo ponía en la mano izquierda del orco—. Esto es Azeroth. Si tu espíritu puede adentrarse en esta tierra, puede hacerlo en cualquier sitio. Hyjal no es un ancla mágica; es la misma tierra que yace bajo las calles de Orgrimmar o las selvas de Tuercespina. Este mundo es un solo ente.
—Un solo ente… —El orco dirigió su mirada al suelo y comenzó a reír a carcajadas—. Muchas veces, los problemas más complejos se resuelven con las respuestas más sencillas: las que tenemos ante nuestros propios ojos. Mi viejo tutor, Drek'Thar, me dijo esto mismo hace ya muchos años. Te pareces mucho a él. Tan sabia y paciente… Sea cual sea el obstáculo al que me enfrento, siempre sabes cómo sortearlo.
Ysera quiso sonreír al sentir la gran ironía que encerraban las palabras de Thrall.
—Esto será mi ancla. —El chamán cerró el puño con la tierra dentro.
Thrall cerró los ojos y respiró profundamente. Ysera hizo lo propio, para después comenzar a hablar. —Abandona tus pensamientos. Separa tu espíritu de tu cuerpo y siente la tierra que nos rodea. Sé consciente de que las rocas que hay bajo tu ser son las mismas que bajo el mío. Sé consciente de que si puedes dar un paso, también puedes dar el siguiente.
Ysera siguió sus propias instrucciones: su espíritu procedió a unirse con una de las enormes raíces del Árbol del Mundo. Thrall nunca había creído que estuviese predestinado a poseer ese poder ahora floreciente; para él, era solo fruto de la casualidad. La realidad era totalmente opuesta. Su propósito era claro, incluso aunque él no fuese consciente de ello. Todos sus años de dedicación como chamán le habían llevado a conseguir esta extraordinaria capacidad de unirse con la tierra. La Despierta anhelaba poder sentir una plenitud similar.
Sus pensamientos se desplazaron hasta las reuniones con los otros Aspectos. Se concentró en cada detalle, preguntándose si podía existir una respuesta sencilla escondida entre interminables discusiones. La atención de la Despierta se trasladó a Kalec. Algo que el joven Aspecto había mencionado le martilleaba la cabeza.
Un arma. Un arma como ninguna otra.
Esas palabras tenían cierto poder; un significado que iba más allá de su entendimiento.
Un arma…
... como ninguna otra. No puede ser como ninguna otra. Una voz familiar resonaba en su cabeza. Tan abrumadora como un maremoto, que barrió por completo las millones de ideas inconexas que circulaban en su conciencia.
Ysera abrió los ojos de golpe, pero ya no estaba en Hyjal.
Se encontraba flotando en una oscura y cavernosa estancia que reconoció como la Cámara de los Aspectos, el consagrado dominio de los cinco Vuelos. Bajo ella podía verse una reunión de dragones. Ysera (una versión de su pasado) estaba entre ellos, junto con Alexstrasza; Soridormi, consorte principal de Nozdormu; Malygos, último dragón Aspecto Azul, y… Alamuerte.
No, no la horrible criatura llena de cicatrices del presente. Era Neltharion, el Guardián de la Tierra, otrora orgulloso Aspecto del Vuelo Negro. Pese a que sus compañeros lo desconocían, ya había sido corrompido por los malignos dioses antiguos, unos seres de poder insondable, hermanos de la locura, encerrados en la tierra por los titanes; y había abandonado su deber de proteger Azeroth.
Ysera distinguió el momento de inmediato. Sucedió hace más de diez mil años, durante el transcurso de la Guerra de los Ancestros. La demoníaca Legión Ardiente había invadido Azeroth, y los Aspectos se habían reunido para llevar a cabo una ceremonia que, esperaban, salvaría al mundo de la aniquilación. Estaban reunidos alrededor de un disco dorado sin rasgo distintivo alguno que se encontraba suspendido en el aire.
A primera vista parecía una simple baratija. Sin embargo, se trataba del arma que haría añicos la unidad de los Vuelos. El arma que acabaría con la vida de innumerables dragones del Vuelo Azul y llevaría a Malygos a un retiro milenario. El Alma de dragón.
Ysera contempló aterrorizada el final del ritual. Cada uno de los Aspectos, excepto Neltharion, había permitido que se sacrificase una porción de su esencia, con la que dotaban de mayor poder al artefacto. Los dragones habían aceptado esa drástica renuncia con el convencimiento de que el disco se utilizaría para expulsar a la Legión de Azeroth.
—Está hecho… —declaró Neltharion—. Todos han entregado lo que se debe entregar. En este momento sello el Alma de dragón para toda la eternidad, para que lo que se ha logrado no se pierda jamás.
Un siniestro brillo negro envolvió al Guardián de la Tierra y al artefacto, lo que supuso un sutil indicio sobre su verdadera naturaleza.
—¿Es lo único que podemos hacer? —preguntó de manera discreta la Ysera del pasado.
—Es lo que debemos hacer —respondió Neltharion, casi sin ocultar su posición desafiante.
—Es un arma como ninguna otra. No debe parecerse a ninguna otra —añadió Malygos.
Las paredes de la cámara comenzaron a fracturarse y cayeron como fragmentos de cristal después de la intervención de Malygos, dejando al descubierto el tono esmeralda del terreno del claro. Thrall permanecía en su estado de meditación, ajeno a la visión de Ysera. Ella apenas dirigió su mirada hacia el orco mientras se incorporaba, e intentaba reconstruir lo que había visto. ¿Es un error pensar que el Alma de dragón pueda ser la salvación de Azeroth, después de todo el sufrimiento y muerte que ha desatado?
La Despierta salió rauda de la arboleda en busca de Kalec y Alexstrasza. El resto de los Aspectos pensarán que estoy loca cuando les proponga utilizarla para nuestros propios fines. A pesar de sus temores, un único pensamiento le hacía avanzar: La tiranía de Alamuerte ha de terminar tal y como empezó.
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La tierra no era un objeto en la mano de Thrall. Era, tal y como se dio cuenta, parte de él, al igual que sus dedos eran parte de su mano, únicos en sí y entre sí, pero partes de un todo más amplio.
El espíritu del orco descendió a la tierra que se encontraba bajo él y a continuación a las profundidades de Hyjal. Sintió cada roca y cada grano de arena como si fueran una extensión de sí mismo. Los caóticos elementales de tierra, a quienes había intentado calmar durante tanto tiempo, lo acogieron, lo recibieron como uno de los suyos.
La montaña mantenía una actividad febril. Los chamanes, Aggra entre ellos, susurraban a la tierra en un coro armonioso que tranquilizó tanto el espíritu de Thrall tal como a los elementos. En otro lugar, los druidas dirigían las raíces de Nordrassil cada vez más hacia las profundidades de Azeroth. La esencia del orco se movía a su lado, en un lugar en el que rocas serradas y trozos de granito se habían reducido a tierra blanda para que el Árbol del Mundo se pudiese nutrir y a su vez reforzase la tierra. Se dejó llevar por el ciclo curativo, y se sintió vivificado.
El espíritu de Thrall llegó a la falda de la montaña. Era lo más lejos que hasta ese momento se había atrevido a ir. La conciencia sobre su cuerpo físico era tan lejana como lo había sido en los intentos anteriores. El orco se centró en la tenue sensación de la tierra en su mano mientras repetía la sabia lección de Ysera. —Esto es Azeroth. Este mundo es un solo ente.
Envalentonado por esas palabras, Thrall puso fin a todas las reservas de su corazón y se sumergió en Azeroth.
Su esencia discurrió precipitadamente a través de la gran extensión de tierra que se desplegaba a su alrededor. Se desplazó por la tierra templada por el sol de Durotar y después por las embarradas orillas del Pantano de las Penas. Todas las zonas, independientemente de su lejanía o singularidad, estaban conectadas de un modo que nunca había alcanzado a comprender.
Aparte de las áreas que conocía, Thrall encontró otras zonas y particularidades de Azeroth de las cuales no tenía ningún conocimiento.
En alguna parte del Mare Magnum existía una misteriosa isla envuelta en bruma...
Bajo los Reinos del Este, una presencia se agitaba en las montañas de Khaz Modan. Su espíritu era poderoso, pero no era un elemental. Era, por extraño que pareciese, similar a Thrall: un mortal que había trascendido los límites de la carne. El desconocido ser patrullaba la antigua tierra de la región como si estuviera manteniendo una vigilancia silenciosa sobre el territorio. Hablaba con un acento enano que retumbaba por todo Azeroth.
—Puesto que somos terráneos y pertenecemos a la tierra. Su alma es nuestra alma; su dolor, nuestro dolor; su latido, nuestro latido...
Thrall también observó que los lugares más profundos del mundo estaban repletos de lesiones causadas por la lava y otras heridas.
En ningún otro lugar halló tanto sosiego como en las inmensas cavernas, frías y de apariencia poco natural, esparcidas por todo el globo. Eran bolsones sin vida a los que incluso los elementales de tierra eran reacios a acercarse.
Uno de los vacíos se encontraba muy por debajo del Monte Hyjal. Thrall dirigió su espíritu hacia el hueco subterráneo. A diferencia del resto de Azeroth, su vista no podía introducirse en el interior de la caverna. A medida se iba acercando, una voz surgió del interior de la cámara, encrespándose con un poder inconmensurable.
—Chamán.
Resonaba en el espíritu del orco como si Azeroth mismo le estuviese hablando.
—Ven.
Thrall fue arrastrado hacia el origen de la voz; forzado a buscarla. Su esencia rodeó el exterior de la cámara hasta que encontró una entrada en las aparentemente impenetrables paredes de la caverna. Mientras empujaba a su espíritu hacia el vacío, rocas y tierra le acompañaron. Los escombros se unieron para formar unas piernas, un torso, brazos y una cabeza; dos polifacéticos cristales hicieron de ojos. Su nueva forma imitaba a su cuerpo físico salvo por el hecho de que estaba formada de tierra.
—¿Quién eres? —gritó Thrall con un agudo estrépito que sonó más a piedras triturándose que a un idioma coherente.
La única iluminación de la estancia provenía de unas fuentes de turbulento magma. Las paredes y el suelo estaban cubiertos con una recia sustancia cristalina tan negra que parecía consumir toda la luz que había a su alrededor.
—Aquí —la respuesta provino del centro del vacío subterráneo—. Aquí reside la verdad del mundo.
Thrall avanzó con dificultad hacia el interior de la cámara, seducido por la autoridad que destilaban esas palabras. Su conexión con el resto de Azeroth y con su cuerpo en Hyjal se reducía con cada paso que daba. En el centro de la caverna se encontraba una figura humanoide, con las facciones ocultas tras una extraña oscuridad, casi tangible.
Caminó pesadamente hacia ella, hasta que dos ojos se abrieron en ese ser escultural, que ardían con el color de la roca líquida.
Thrall dio un salto hacia atrás mientras las sombras que escondían la figura se desvanecían y revelaban un grotesco ser humano. Una enorme pieza de metal con forma de mandíbula se encontraba atornillada a su pálido rostro. Cuernos dentados se enroscaban alrededor de sus hombros, y sus dedos acababan en garras similares a dagas. Vetas de magma recorrían su pecho.
El orco no reconoció al humano, pero sintió su identidad: Alamuerte en su apariencia mortal.
—La arrogancia de los chamanes nunca deja de sorprenderme —la voz del Aspecto Negro retumbó, como si dos inmensos pedruscos se hiciesen añicos el uno contra el otro —. Pretendes dominar un poder que no tienes derecho a alcanzar... Un poder más allá de tu entendimiento.
Thrall se dirigió como una flecha hacia la pared por la que había entrado a la caverna. Varias placas de cristal negro se desprendieron del suelo y golpearon la tierra desprotegida. El orco golpeó la barrera con el hombro, y suplicó a los espíritus elementales que se apartasen. La malévola sustancia no accedió a sus peticiones tal y como ocurría con el resto de elementales de tierra de Azeroth.
—Interesante, ¿verdad? —gruñó Alamuerte tras él—. La sangre de los dioses antiguos no responde a tus caprichos, puesto que no proceden de este mundo. Solo los elegidos pueden dominarla.
Thrall se giró hacia el Aspecto esperando un ataque, pero Alamuerte no había avanzado.
—He estado esperando tu llegada; he observado cómo tu espíritu se tropezaba a ciegas contra las laderas de Hyjal —dijo Alamuerte—. Había supuesto que te faltaba valor para aventurarte más allá de la montaña, pero tu progreso prueba lo que sospechaba. El resto de los Aspectos quieren otorgarte mis poderes. Desean reemplazarme por un mortal.
Thrall no entendió esas palabras. Pese a que había mejorado sus habilidades, Ysera y sus compañeros le habían dicho que nunca se convertiría en un Aspecto o, por extensión, en el Guardián de la Tierra.
—Ellos no me han otorgado estos poderes. —Thrall bordeó la pared de la caverna, buscando a tientas un resquicio o una debilidad entre las placas de sangre de los dioses antiguos—. Y la decisión de utilizarlos fue exclusivamente mía.
La cámara tembló con la risa de Alamuerte. —Eso es lo que te han hecho creer. Tengo ojos en muchos lugares, chamán. Sé que el resto de los Aspectos han permanecido en Hyjal para trazar una estrategia y que tú estás con ellos. Como cobardes, te han atraído hasta este destino sin tu conocimiento para intentar que mi maldición se convierta en la tuya.
—Lo que se te otorgó fue un don, no una maldición —dijo Thrall. En tiempos recientes había aprendido mucho sobre los titanes y los Aspectos. Hace mucho tiempo, el titán Khaz'goroth había otorgado a Alamuerte el mando sobre toda la extensión terrenal del mundo, y le encomendó la tarea de protegerla frente a cualquier daño. Sin embargo, esta tarea le había hecho susceptible a la influencia de los dioses antiguos constreñida en Azeroth. Las pruebas y tribulaciones que habían aquejado a los Aspectos a lo largo de la historia, desde la traición de Alamuerte hasta la inminente Hora del Crepúsculo, eran parte de la gran estrategia de los dioses antiguos destinada a acabar con la vida en el mundo.
—¿Un don? —dijo gruñendo Alamuerte—. Te equivocas, al igual que el resto de Aspectos, y eres demasiado necio como para reconocer que las cargas que se nos imponen no son más que prisiones.
—Los titanes te otorgaron un propósito —replicó Thrall. Su conexión con Hyjal era más lejana que nunca. Sentía que la tierra que tenía en su mano física a varias lenguas de distancia se le caía entre los dedos.
—No hay propósito en lo que ellos hacen. —Alamuerte dio varios pasos hacia Thrall, cada uno de ellos hice retumbar la cámara —. Azeroth era un experimento para los titanes. Un juguete. Cuando se cansaron de él nos volvieron la espalda a todos y se mostraron indiferentes frente al mundo fracturado que dejaron atrás.
—¡Está fracturado por lo que has hecho, porque abandonaste tu don! —Thrall rugió.
—¡No es un don! —El cuerpo de Alamuerte temblaba con ira.
Thrall notó que sus palabras estaban teniendo efecto. Continuó incitando al Aspecto, con la esperanza de que acabase revelando algún tipo de debilidad. —Era un don que no fuiste capaz de soportar; te faltó fortaleza. El don…
—¡Silencio! —ordenó Alamuerte—. Si quieres llamarlo don, que así sea. Ahora sabrás qué se siente al ser yo; qué se siente al recibir este grandioso don… qué se siente al percibir el ardiente corazón de este mundo como propio…
El dolor estalló en lo más profundo del térreo pecho de Thrall. Las incesantes llamas que rugían en el núcleo de Azeroth se revolvían ahora en su espíritu. Su pétrea piel siseaba y humeaba mostrando un rojo oscuro y violento.
—Ahora sabrás lo que es sentir el peso de este mundo agonizante sobre tus hombros.
Las piernas de Thrall temblaron mientras sentía cómo todas las rocas de Azeroth imponían su presión sobre él. Su cuerpo se astillaba; se quebraba. Se encontraba más allá de la agonía física. Su espíritu se deshacía, asfixiado por la inconmensurable carga.
—¿Y bien? ¿El don es tan agradable como pensabas? —preguntó Alamuerte con gran regocijo—. Esto es lo que quieren los otros Aspectos: encadenarte a este mundo, como han hecho conmigo. Condenarte a una vida de tormento eterno.
Al sentir un dolor tan insoportable, Thrall comprendió que ahora poseía un poder increíble. El peso de Azeroth se encontraba a su servicio. ¿Acaso Alamuerte era tan arrogante como para proporcionarle semejante ventaja?
El orco no cuestionó su intuición; este era el error de juicio que había estado esperando en su oponente. Con un rápido movimiento, Thrall canalizó la carga de Azeroth a su puño y se abalanzó sobre Alamuerte. El poder era absolutamente embriagador. Sentía que podía romper una montaña en dos.
El Aspecto Negro permaneció inmóvil mientras Thrall se acercaba. Un instante antes de que su puño se estrellase contra el pecho de Alamuerte, el peso de Azeroth, junto con todo su poder, le fue arrebatado.
Su mano golpeó la forma humana del Aspecto, y el brazo de Thrall se desintegró en miles de pedazos hasta la altura del codo. Cayó de rodillas, hundido, y lanzó un alarido lleno de agonía mientras el magma salía a borbotones de su extremidad.
En la lejanía, cerca de su cuerpo físico en Hyjal, sintió cómo la tierra se partía en dos.
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Había magos mortales, incluso miembros del Vuelo Azul, que afirmaban que las reglas de la magia Arcana eran absolutas. Incluso donde se percibían límites, Kalec solo vislumbraba potencial para nuevos descubrimientos. Para él, la magia no era un sistema rígido de fría lógica. Era el elemento vital del cosmos. Era infinita en sus posibilidades. Lo más parecido a la encarnación de la belleza que conocía.
Cuando Ysera fue a verle para hablar con emoción sobre el Alma de dragón y el papel que podría desempeñar, el desafío de superar lo imposible le consumió de inmediato. A diferencia del resto de Aspectos, Alamuerte no había imbuido su esencia en el arma. La cuestión de cómo podría emplearse eso en su contra era realmente complicada. También generaba una gran preocupación la creencia de que cualquier dragón que utilizase el artefacto en su estado original acabaría irremisiblemente dañado por su poder. El Alma de dragón había destrozado el cuerpo de Alamuerte, lo que le forzó a unir su forma encolerizada con la ayuda de placas de metal.
A pesar de los desafíos que implicaba, Kalec concibió el artefacto como una oportunidad de refrendar su lugar frente al resto de Aspectos, seres a los que siempre había recurrido en busca de inspiración. Se había convertido en Administrador de la Magia en un momento en el que los dragones del Vuelo Azul, Verde, Bronce y Rojo se encontraban en peligro de extinción. Los milagrosos poderes que le habían sido otorgados a su anterior líder, Malygos, por el titán Norgannon, estaban ahora a su disposición. Los dragones del Vuelo Azul, el mismísimo corazón del Vuelo, le habían elegido a él; habían puesto su fe en él. No los decepcionaría.
—No se puede utilizar el Alma de dragón contra Alamuerte, puesto que no contiene su esencia —dijo Alexstrasza, aunque se percibía cierto tono de incertidumbre en su voz. Después de que Ysera informara a Kalec de su descubrimiento, los dos Aspectos se habían citado con la Protectora en su lugar de reunión en el Refugio Cenarion para discutir el plan.
—Cierto —balbuceó el Aspecto Azul. Sintió cómo las miradas de los otros Aspectos le taladraban, como si pretendiesen juzgar cada palabra que pronunciase—. Necesitaríamos su esencia. Desgraciadamente, las muestras de sangre que conseguimos, pese a que no dejan de tener valor, no contienen lo que buscamos. Aunque con la suficiente magia Arcana, podríamos alterar las propiedades del Alma de dragón para que pudiera afectarlo… Al menos en teoría.
—En teoría —repitió la Protectora.
Kalec se estremeció en su interior. El artefacto era, objetivamente, un riesgo. Mucho de lo que sabía sobre cómo funcionaba lo había tomado de los escritos de los magos del Kirin Tor, en concreto del humano Rhonin. Él había manejado el arma y había adivinado parte de sus características, y su tratado sobre el tema constituía una fuente de información incalculable para Kalec. Sin embargo, muy poco de aquello se había demostrado.
—No tenemos otra opción. —Ysera dio un paso al frente, para alivio de Kalec—. Sé que te duele, pero parece lo mejor. Esta arma fue la que comenzó todo... La que nos hizo pedazos. Esta oscura era en nuestras vidas debe terminar tal y como empezó.
Alexstrasza bajó la mirada. Kalec percibió cómo la confusión iba haciendo mella en ellos. A decir verdad, había estado preocupado por cuál sería la reacción de la Protectora frente al ardid. Estaba al corriente de la sórdida historia del artefacto. Al finalizar la Guerra de los Ancestros, los Aspectos Azul, Verde, Bronce y Rojo habían encontrado y encantado un arma para que ni Alamuerte ni ningún otro dragón pudiesen volver a blandirla. Milenios después había caído en las manos de los orcos Faucedraco, quienes la utilizaron para esclavizar a la Protectora y a su prole. Muchos dragones del Vuelo Rojo se habían visto forzados a actuar como monturas de guerra durante esos ignominiosos tiempos.
—Esta es la respuesta que aguardábamos, Lady Alexstrasza —aseguró Kalec.
—Lo sé... —la voz de la Protectora sonaba desolada—. Partiré para informar a Nozdormu. Continúa con tu investigación.
Todo dependía del Atemporal. Aunque Kalec encontrase algún modo de modificar el artefacto, los Aspectos necesitarían pedir ayuda a Nozdormu para hacerse con él a través de los portales del tiempo. El Alma de dragón ya no existía en el presente. En su mayor parte había sido destruida por Rhonin, hacía más de una década. Después, la dragona del Vuelo Negro Sinestra se había hecho con los fragmentos restantes, que prácticamente no poseían poder alguno, y los utilizó para sus propios fines. Esos últimos fragmentos del Alma de dragón también se habían destruido. Pedir que el Atemporal recuperara el artefacto era una tarea imposible, pero Kalec, Ysera y Alexstrasza sabían que debían hacerlo.
Después de que la Protectora se marchase, Kalec volvió hasta una pequeña mesa en el Refugio Cenarion. Sobre su superficie había varios orbes de visión esparcidos, los cuales utilizaba para comunicarse con sus agentes en El Nexo. Cogió uno de los dispositivos y lo hizo rotar en su mano, mientras reflexionaba sobre los obstáculos que suponía el Alma de dragón.
Ysera caminó hacia Kalec, y cuando abrió la boca para hablar, la tierra se retorció, lo que estuvo a punto de derribarlos a ambos. Comenzaron a llegar gritos procedentes de Nordrassil, donde El Anillo de la Tierra y el Círculo Cenarion se encontraban acampados. El Aspecto Azul intercambió una mirada cautelosa con Ysera. Los temblores habían sido algo frecuente desde el Cataclismo, pero este se dejó sentir como si se hubiese originado justo bajo sus pies.
La tierra volvió a convulsionar, esta vez con más violencia que antes.
—No puede ser… —Los ojos de Ysera se abrieron mientras se apoyaba contra una de las paredes de madera de una estructura druídica. La mezcla de temor y comprensión en su voz hizo que Kalec se sintiese inquieto.
—¿Es Alamuerte? —Un escalofrío de terror subió por su espalda—. ¿Está aquí?
El Aspecto Verde salió corriendo del edificio sin siquiera contestar. Kalec siguió sus pasos mientras ella corría hacia la base de Nordrassil.
Numerosas fisuras se habían abierto alrededor del Árbol del Mundo. Allí, los chamanes y los druidas se afanaban en llevar a un lugar seguro a los compañeros que habían caído en las simas. Ysera, sin embargo, no se detuvo. Para confusión de Kalec, prosiguió su camino más allá del Árbol del Mundo hacia una hilera de árboles que rodeaban un tranquilo claro. Sentado en el centro estaba Thrall, absorto en su meditación, o al menos eso es lo que parecía. Su compañera, Aggra, se encontraba a su lado, y se afanaba en sacudir los hombros del orco.
La hembra de piel marrón se volvió hacia Kalec e Ysera cuando los dos Aspectos llegaron al claro.
—Algo le pasa a Go'el —dijo, utilizando el nombre de nacimiento del orco—. Fui en su busca cuando comenzaron los terremotos, y me lo encontré así. No parece poder salir de este estado. ¿Qué ha pasado?
Ysera se arrodilló junto a Thrall. El orco parecía estar sufriendo una agonía extrema, su rostro se retorcía de dolor, pero no había ninguna herida visible en su cuerpo. —Entonces es él… —dijo el Aspecto Verde.
La Despierta examinó la mano izquierda de Thrall. Por lo que Kalec pudo ver, estaba vacía. Esto hizo que el Aspecto Verde se detuviera. Rápidamente, cogió un puñado de tierra y lo depositó sobre la palma del orco.
—¿Existe algún tipo de conexión entre Thrall y los terremotos? —preguntó Kalec.
—Ha entrado en comunión con la tierra como ningún otro chamán lo ha conseguido antes. La tierra es parte de él y él es parte de ella. Algo ha atrapado su espíritu. Estas grietas… son sus heridas.
—Tiene que haber algún modo de liberarlo —rogó Aggra.
—Si su espíritu no ha viajado demasiado lejos de Hyjal, existe alguna posibilidad. —Ysera se levantó y se acercó a Aggra—. Debemos reunir a los chamanes y a los druidas. Nos queda mucho trabajo por delante.
La compañera de Thrall se mostró dubitativa. —No puedo dejarle así…
—Si deseas salvarle debes confiar en mí. —La voz de Ysera no era más que un susurro, pero hizo que Kalec sintiese una apremio irrefrenable.
Aggra también debió de sentir algo similar. Lentamente, siguió al Aspecto Verde.
—Lady Ysera, ¿hay algo que pueda hacer? —Kalec se sintió penosamente fuera de sitio. El problema de Thrall tenía que ver con el reino de los elementos, un dominio en el que el Aspecto Azul no tenía poder alguno.
—Permanece a su lado y, pase lo que pase, asegúrate de que siempre haya tierra en su mano.
Tras eso, Ysera y Aggra se marcharon; mientras lo hacían, Aggra miraba hacia atrás por encima del hombro, visiblemente preocupada.
No era la respuesta que Kalec esperaba, pero accedió. Durante unos breves instantes dudó si Ysera le había encomendado una tarea tan exigua porque no le consideraba suficientemente importante, pero sabía que la Despierta no juzgaba al resto de esa manera. No había ningún doble significado en sus palabras. Se le necesitaba allí. Nada más.
Mientras se sentaba junto a Thrall, Kalec se dio cuenta de que quizás había estado demasiado concentrado en encontrar un modo de derrotar a Alamuerte él mismo, lo que le habría hecho desdeñar otras soluciones más viables. Si Thrall realmente había conseguido combinar su esencia con la de la tierra y viceversa, ¿significaba que este mortal poseía una porción de Azeroth en su espíritu, al igual que Alamuerte?
El Aspecto Azul sacó un orbe de visión de una bolsa que tenía al lado. Tras un instante, la turbia bruma del interior del artefacto se disipó y reveló el rostro de Narygos, un miembro de su Vuelo.
—Kalecgos. —El otro dragón inclinó su cabeza.
El Aspecto Azul devolvió el gesto antes de comenzar a hablar. —Existió un ser de breve existencia que empuñó el Alma de dragón contra el Vuelo Rojo, ¿no es así?
—El orco llamado Nekros Aplastacráneos —respondió Narygos—. Una criatura de lo más despreciable.
—Sí, cierto. Fue él. ¿Hasta qué punto le dañó el artefacto?
—Según lo que documentó Rhonin sobre el asunto, no recibió daño alguno —afirmó Narygos—. El Alma de dragón no afecta de manera negativa a las razas de existencia breve del mismo modo en que nos afecta a nosotros. De hecho, en ese sentido se podría decir que es único.
—Gracias, amigo mío. Eso es todo. —Kalec devolvió el orbe a su bolsa.
Thrall, un mortal que ha accedido a la esencia de la tierra, reflexionó el Aspecto Azul. No hacía demasiado tiempo, el orco había ayudado a Kalec, Ysera, Nozdormu y Alexstrasza a entrar en comunión con la tierra, lo que les permitió combinar sus poderes y evitar un ataque por parte de los siervos de Alamuerte. En ese momento, el chamán había actuado como mero conducto hacia Azeroth. Ahora, sin embargo, era mucho más que eso. Él era la respuesta… el fulcro a través del cual el Alma de dragón se podía emplear contra su hacedor.
Kalecgos puso algo de tierra en la palma de Thrall y observó el rostro del orco retorcido por el dolor. Temía que la única esperanza que los Aspectos tenían para completar su empresa estuviese a punto de perderse para siempre.
****
Alamuerte pasó sus garras por el pecho de Thrall, lo que causó otro corte en la térrea piel del orco. El cuerpo del chamán estaba plagado de grietas, pero ninguno de los ataques de su enemigo había sido mortal.
El Aspecto Negro anhelaba acabar con la voluntad de Thrall, transformarlo en un agente de los propios designios del dragón. Era la única explicación que el orco podía encontrar a por qué su adversario no había acabado aún con él.
Alamuerte estaba a punto de conseguirlo. Atrapado en la caverna, el espíritu de Thrall se había vuelto insensible a Azeroth, salvo por su dolor. Si se hubiese encontrado en esta situación sólo unas semanas atrás, cuando las dudas, los temores y la rabia anidaban en su corazón, se habría entregado. Se habría perdido a sí mismo en esta jaula de aislamiento. Y sin embargo, nunca antes se había sentido más seguro de su propósito como chamán.
—Los titanes creían que tendrías la fortaleza suficiente como para aguantar —dijo Thrall. Su poder no era nada comparado con el del Aspecto, así que el orco utilizó las únicas armas a su disposición: las palabras—. Creían en ti. ¿Qué fue lo que provocó que fracasases y te aliases con los seres que buscan poner fin a todo tipo de vida en Azeroth? ¿El miedo? ¿Las dudas?
—Tus lealtades están equivocadas, chamán. Si así lo quisieran, los titanes exterminarían a los de tu credo y al resto de razas menores sin siquiera pensárselo dos veces. Los dioses antiguos conocen la inutilidad de los trabajos de los titanes. Se han comprometido a acabar con los grilletes de mi carga. Cuando ese día llegue, purgaré cualquier resto de la presencia de los titanes y reinaré sobre este mundo desde la cima. Azeroth renacerá.
Alamuerte lanzó su rodilla contra el pecho de Thrall, lo que envió al orco contra la pared de la caverna. El chamán estaba luchando por levantarse, cuando escuchó una serie de voces que reverberaban a través de la tierra del exterior de la cámara. Era el Anillo de la Tierra: Muln Furiatierra, Nobundo y… Aggra.
Los chamanes estaban buscándole a través de los espíritus de los elementales. Thrall intentó alcanzar su cuerpo físico y, para su sorpresa, sintió un fresco y húmedo montón de tierra en su mano. Su comunión con la enorme extensión de tierra entre Hyjal y la caverna volvió a la vida. El orco hizo uso de toda su concentración para realizar mentalmente un grito de respuesta a los elementales situados justo en el exterior de la cámara.
A continuación, se hizo el silencio.
Estaba preparándose para realizar otra llamada cuando su energía aumentó de manera inesperada y su cuerpo térreo comenzó a sanarse. En ese momento se percató de que los chamanes también estaban sellando las simas en Hyjal. Según iban avanzando, sus heridas se iban curando. El orco se puso en pie de un salto; se sintió totalmente revitalizado.
—No has respondido a mi pregunta —dijo Thrall—. ¿Fracasaste por el miedo y las dudas?
Los ojos de Alamuerte ardieron con un tono carmesí. Se lanzó hacia adelante y cogió a Thrall por el cuello, y lo zarandeó en el aire. El Aspecto Negro pasó una de sus salvajes garras sobre el estómago del orco.
—En un sistema absolutamente imperfecto, el único fracaso es negarse a ver la realidad. La cantidad de desdichados seres que consigáis engañar tú y el resto de los Aspectos con vuestra inútil causa es absolutamente irrelevante. La victoria seguirá estando fuera de vuestro alcance mientras continuéis malgastando vuestras vidas por un futuro sin ningún tipo de esperanza.
La pétrea piel de Thrall se derretía por el lugar en el que el Aspecto Negro le agarraba el cuello. Alamuerte apretó con más fuerza, sus dedos se hundieron en la garganta del orco. Su conexión con Hyjal volvía a flaquear.
—No… —dijo gruñendo el orco mientras se retorcía contra Alamuerte—. Venceremos… porque nos enfrentamos a los desafíos… juntos. ¡Tú fracasaste… porque decidiste… soportar tu carga… solo!
La tierra que rodeaba la caverna comenzó a temblar, lo que Thrall atribuyó a una manifestación de la ira de Alamuerte. Y sin embargo, en lugar de apretar aún con mayor fuerza, el Aspecto Negro lo arrojó a un lado.
Alamuerte extendió sus garras y rugió completamente lleno de ira. Rocas enormes de sangre de los dioses antiguos se desprendieron del suelo de la caverna y se desplazaron hasta una esquina superior de la cámara, formando una gruesa barrera de sustancia cristalina. Thrall tardó un rato en comprender el origen de los temblores. Las raíces de Nordrassil se precipitaban hacia la cámara, y se abrían paso a través de las rocas y la tierra a una velocidad inverosímil.
El Anillo de la Tierra y, por lo que parecía, el Círculo Cenarion, lo habían encontrado.
Thrall cargó y se estrelló contra el Aspecto. Consiguió derribarlo e interrumpir su hechizo. Alamuerte se puso en pie, la sangre le hervía. Su cuerpo palpitaba y remolinos de lava se deslizaban por entre las grietas de su coraza. El dragón Negro comenzó a moverse hacia Thrall, cuando una de las raíces de Nordrassil explotó atravesando la pared de la caverna y provocando una lluvia de fragmentos de cristal.
Alamuerte aferró sus pies al suelo mientras la raíz del Árbol del Mundo se abalanzaba contra él. Durante un breve período de tiempo mantuvo su posición ante el ariete viviente, cuya anchura era superior a la envergadura de un kodo. Otras tres raíces se unieron poco después; irrumpieron en la caverna y llevaron al Aspecto Negro hasta el fondo de la cámara.
Una quinta raíz entró lentamente en el hueco. Se enroscó alrededor de la cintura de Thrall y le expulsó de aquel vacío. Una vez fuera, la comunión del orco con su cuerpo físico cobró fuerza. Sintió la tierra tal y como era, como debía ser, sin la influencia de los dioses antiguos. Todo el dolor y la agonía que había experimentado, los sentimientos que desgarraban el espíritu y constituían la completa existencia de Alamuerte, se desvanecieron.
Alexstrasza halló al Atemporal esperando.
Permanecía inmóvil en la cima de la montaña. Lejos como estaba de los campamentos de chamanes y druidas, la Protectora había asumido su forma de dragón. Era reconfortante poder estirar de nuevo sus alas después de pasar tanto tiempo en su cuerpo élfico. Tras aterrizar junto al escamoso Aspecto Bronce, le contó el plan de Ysera y Kalec respecto al Alma de dragón y el papel que él tendría que asumir. La Protectora había supuesto que Nozdormu la rechazaría, y ella no habría preguntado por qué. Sin embargo, mostró un estado de ánimo mucho más contenido de lo que ella esperaba.
—El Alma de dragón… —dijo Nozdormu—. Ha habido vecesss en las que he pensado en volver y reparar lo que sucedió ese día. Salvar el Vuelo de Malygo… alejarnos a todosss de ese horrible destino.
El Atemporal lanzó un gran suspiro sin dejar en ningún momento de dirigir su mirada hacia el horizonte. —Y si hiciera eso, no me diferenciaría en nada del Vuelo Infinito y de… mi futuro yo.
—Te diferenciarías más de lo que te imaginas —respondió Alexstrasza—. Eonar me encomendó la tarea de proteger la vida. Cuando se abordó el asunto del Alma de dragón, me pregunté a mi misma cómo podía compatibilizar mi deber con el hecho de recuperar el arma más destructiva que jamás se haya forjado.
—Y, a pesar de todo, pretendes hacerlo —respondió Nozdormu.
—Sí. Porque para proteger la vida, en ocasiones debemos destruir aquello que pretende destruirla.
La Protectora había estado pensando largo tiempo acerca del Alma de dragón y el indescriptible sufrimiento que había causado no solo a ella misma y a su Vuelo, sino también a otros seres vivos a lo largo de la historia. En última instancia, había llegado a una dura conclusión: ningún coste sería demasiado alto si implicaba preservar el mundo.
—No puedo obligarte a hacer algo que no creas que es lo correcto —dijo Alexstrasza—. Pero hazte esta pregunta: ¿Acaso Aman'Thul te concedió el dominio sobre el tiempo solo para que pudieses contemplar la muerte de este mundo?
—Ese futuro habitado por el Vuelo Infinito… Si tuviese que viajar allí… —Nozdormu se fue apagando. La aprensión y el temor se dibujaron en la expresión del Atemporal. La Protectora sintió que algo relacionado con el apocalipsis, más allá del estado de los portales del tiempo, inquietaba al Aspecto Bronce. Sin embargo, ya había pedido demasiado a Nozdormu; si no deseaba hablar sobre sus preocupaciones, era su decisión.
Alexstrasza inclinó su cabeza hacia Nozdormu y habló con suavidad. —A cada uno de vosotros se os ha dado un don…
—A cada uno de vosotros ssse os ha impuesto una obligación. —El Atemporal completó la antigua frase sin dudarlo. Era la última orden que los titanes dieron a los Aspectos; se trataba de un recordatorio de que, si bien cada uno de ellos era único, sus poderes y conocimientos nunca se debían entender como separados. Formaban un todo.
—El tiempo es tu responsabilidad, del mismo modo que la vida es la mía, ¿pero cuál es nuestro deber? —dijo Alexstrasza.
—Preservar essste mundo… cueste lo que cueste. Evitar la Hora del Crepúsculo —susurró Nozdormu.
El Atemporal se detuvo justo después. La Protectora alzó la mirada al cielo y la pena invadió su corazón. —¿Ha vuelto algún otro de tus agentes?
—No. Ninguno lo hará. Pero seguiré esperando. Una vez essstuve perdido en el tiempo hasta que Thrall me ayudó. Ahora essstoy perdido fuera de él. —Para sorpresa de Alexstrasza, el Aspecto Bronce soltó una leve risa sombría.
El Atemporal alejó por fin la mirada del horizonte y llevó su mirada a Alexstrasza. —Me he mostrado demasiado rígido durante demasssiado tiempo. Tienes razón. El tiempo de la espera ha terminado…
****
Los cuatro dragones Aspectos y Thrall se habían reunido en el retiro druídico situado a los pies de Nordrassil. Una representación etérea del Alma de dragón planeaba en el aire entre ellos. A Alexstrasza estar allí le ponía la carne de gallina. De alguna manera, le recordaba a la ceremonia que se llevó a cabo milenios atrás para dotar de poder al artefacto.
A pesar de ser una réplica Arcana invocada por Kalecgos, el arma tenía poder. Inmersos en la tenue luz violeta que emitía la imagen del Alma de dragón, los Aspectos notaron que sus sombras oscilaban entre sus formas mortales de ese momento y sus auténticos cuerpos de dragón.
—Si tenemos que conseguir el Alma de dragón, debemos primero viajar al futuro que he previsto: el propio Fin de los días —dijo Nozdormu—. Al destruir al Vuelo Infinito y a su líder, quien reina en el apocalipsis, los portales del tiempo se volverán a abrir, lo que nosss permitirá adentrarnos en el pasado y recuperar el Alma de dragón.
—¿Cómo proseguirá la historia si de repente cogemos el artefacto mediante los portales del tiempo? —preguntó Thrall. El orco había permanecido en silencio entre los Aspectos. Ya les había proporcionado una gran ayuda. La Protectora quería que disfrutase de cierta paz, pero necesitaba que volviese a poner su vida en peligro una vez más por la seguridad de Azeroth.
—El tiempo, a diferencia de lo que algunos puedan pensar, no esss lineal. Mi Vuelo detendrá el flujo de la historia para negar el impacto que tuvimos en el pasado. Pero solo podemos garantizar la integridad de los portalesss del tiempo lo estrictamente necesario. Una vez realicemos nuestra tarea devolveremos el Alma de dragón al lugar al que pertenece…
—En lo que respecta al lugar al que pertenece —dijo Kalecgos —, existen muchos puntos en el tiempo en los que podríamos obtener el artefacto. Sus propiedades, sin embargo, sufrieron alteraciones a lo largo de la historia. Si queremos que nuestro plan tenga éxito, debemos utilizar el arma en su forma más pura. Una vez que Nozdormu haya abierto los portales del tiempo, cogeremos el Alma de dragón en la época en la que fue creada: la Guerra de los Ancestros.
—Entonces ya solo nos resta saber quién la empuñará —dijo Alexstrasza, e hizo un gesto a Thrall.
—Mi amigo. —Kalecgos posó su mano sobre el hombro de Thrall—. Por lo que he descubierto, el artefacto fue construido de tal manera que los dragones que lo empuñan acaban destrozados por sus energías. Hace que nos invada un dolor que lleva a la locura. Sin embargo, los seres cuya existencia es corta, debido a su naturaleza, pueden utilizarlo sin sufrir daños en su cuerpo.
—Lo que te pedimos entraña un gran riesgo, Thrall. —La musical voz de Ysera se desplazó a lo largo de la estancia—. Después de que traigamos el Alma de dragón al presente, deberás llevarla al Templo del Reposo del Dragón. Se trata de un lugar con un gran poder, en comunión con la Cámara de los Aspectos, donde originariamente se imbuyó el artefacto. El Alma de dragón ya tendrá poder, pero nosotros le introduciremos nuestras esencias de nuevo, lo cual hará que sea más potente que nunca… y potencialmente más inestable. Debes saber que si Alamuerte está al tanto de nuestras intenciones, es más que probable que tanto él como sus esbirros se dirijan al templo para detenerte a toda costa.
—No pretendo cuestionar tu sabiduría —dijo humildemente Thrall —, pero otras razas a lo ancho y largo de Azeroth también han sufrido la ira de Alamuerte. Podríamos reunir un ejército de mortales como ningún otro para acabar con el Aspecto Negro. ¿No sería un plan más sencillo?
—Incluso aunque todos los mortales se enfrentaran a Alamuerte, no valdría de nada —dijo Alexstrasza—. Las oscuras energías de los dioses antiguos lo han transformado. Ningún ataque físico, por grande que sea, puede destruirlo. Hay que… acabar con él. Debemos destruir su misma esencia, y solo el Alma de dragón tiene el poder para hacerlo.
—Pero solo si nos acompañas —añadió Kalec—. El artefacto fue imbuido con la esencia de los cuatro Aspectos, pero Alamuerte nunca introdujo la suya en él. Si vamos a utilizar esta arma para derrotarlo, tenemos que infundir al artefacto el poder del Guardián de la Tierra. Tú, Thrall, posees una porción, aunque sea pequeña, de eso mismo: la esencia de la misma Azeroth.
—A nosotros nos resulta imposible utilizar el Alma de dragón —dijo Alexstrasza a Thrall—. Es tu responsabilidad… si así lo eliges. Esto es mucho más de lo que hubiera deseado pedirte, especialmente después de haber arriesgado ya tu vida para ayudarnos.
—Para mí es un honor el que solicitéis mi ayuda —dijo Thrall—. Solo tengo una petición. Las razas de breve existencia acabaron con Ragnaros, y antes de él con el Rey Exánime e innumerables amenazas más. Una y otra vez, hemos sido fundamentales a la hora de salvaguardar Azeroth. Estamos tan involucrados en esa causa como vosotros. Con todo el debido respeto, creo que este plan, noble como es, solo puede salir adelante con su ayuda.
No había ninguna duda de que Thrall estaba en lo cierto. Alexstrasza había puesto sus esperanzas en evitar arrastrar a más mortales a esta peligrosa empresa.
—Si así lo desean, son bienvenidos. —Siempre hay gente que da un paso al frente. —El orco sonrió—. Realizaré el llamamiento.
Tras la marcha de Thrall, los Aspectos se quedaron en silencio.
—Hay una cuestión a la que no dejo de darle vueltas —dijo Kalec—. Si detener la Hora del Crepúsculo es nuestro propósito. Si por ese motivo nos crearon los titanes, entonces ¿qué nos sucederá cuando lo consigamos?
Una fría brisa se adentró silenciosamente en el Refugio Cenarion, como si quisiera resaltar las palabras de Kalec. Los Aspectos se mostraron inquietos y se miraron de reojo los unos a los otros. Todos habían reflexionado sobre ese preocupante misterio.
—Sssí… Si cumplimos con nuestro deber, ¿qué valor tendremos después? —meditó Nozdormu—. Con los portales del tiempo profanados, ni siquiera yo puedo ver lo que nos deparará el futuro…
—¿Nuestras acciones resultarán en una pérdida… o un logro? —reflexionó Ysera.
—Obviamente, los titanes tenían un plan para nosotros —argumentó Kalec—. Magia, tiempo, vida, naturaleza… Todo eso existirá siempre. La lógica nos dice que nosotros deberíamos salvaguardarlo para toda la eternidad.
Alexstrasza se quedó observando mientras Ysera, Kalec y Nozdormu comenzaron una discusión en la que afloraron sus esperanzas y preocupaciones. El camino que debían seguir era recto, pero más allá de la Hora del Crepúsculo se hallaba envuelto en una niebla de incertidumbre. La Protectora mantuvo sus propios temores bien encerrados dentro de sí misma. Ella era la reina de los dragones, y si había existido un momento en el que sus compañeros la necesitaban como guía, era este.
—Ninguno de nosotros lo sabe a ciencia cierta —dijo Alexstrasza, llamando la atención del resto—. Y si lo supiésemos ¿realmente importaría? Por esto es por lo que los titanes nos encomendaron nuestra tarea. Los maravillosos dones que nos concedieron son los que ahora debemos utilizar.
La Protectora agarró las manos de los dos Aspectos que estaban más cerca de ella, Ysera y Kalecgos. Ellos, a su vez, hicieron lo mismo con Nozdormu. Sus magias se entremezclaron, fluyendo a través de cada uno de los dragones. Las tranquilizadoras energías calmaron sus nervios y se sintieron envueltos por una sensación de férrea determinación.
—Nos adentraremos en lo desconocido como uno solo —dijo Alexstrasza—. Como debió ser siempre.
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