Historias de los Líderes - Baine Bloodhoof
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Historias de los Líderes - Baine Bloodhoof
Baine Pezuña de Sangre:
Al Igual que Nuestros Padres.
Al Igual que Nuestros Padres.
Un viejo carro desvencijado avanzaba lentamente por el camino hacia La Gran Puerta, donde le esperaba una pequeña patrulla preparada para escoltarlo hasta la lejana torre de zepelín. Allí, distribuiría el agua que transportaba por los asentamientos orcos de Durotar, que era la zona más afectada por la reciente sequía. El joven kodo que tiraba del carro avanzaba con el paso lánguido rutinario en los largos viajes y alcanzó la cima de la colina antes de desaparecer de la vista.
Un exasperado goblin observaba mientras el carro desaparecía. Su propio carro tendría que haber ido tras esa caravana y, sin embargo, él seguía allí parado al lado del pozo porque la brisa había desaparecido y había convertido en inútil el surtidor accionado por el viento. —Date prisa con eso, ¿quieres? Tenemos que darnos prisa si queremos que una patrulla nos escolte en este viaje. —El goblin movía el pie irritado mientras dirigía su ira al joven orco que forcejeaba con la manivela.
—Cálmate, Izwix —dijo un orco guerrero que se encontraba cerca mientras se tumbaba en la hierba—. ¿Qué van a hacer unos cuantos lacayos de la Alianza? Si hacen el más mínimo movimiento se llevarán un hachazo en la cabeza. —Cogió una ramita de un arbusto cercano y comenzó a limpiarse los dientes con ella—.
—¡La Alianza es una amenaza, Grotz! —contestó el goblin—. Y la verdad es que preferiría llevar escolta en vez de tener que confiar en tus limitadas facultades… o en las suyas —dijo, señalando al asesino oculto entre los arbustos—.
—No te preocupes por mí, Izwix —dijo Dras, mientras salía súbitamente de su escondrijo—. Le clavaré una pica de jabalíes en la espalda a cualquiera que se me acerque. Deja que los bellacos de la Alianza se nos acerquen.
Izwix suspiró. —¿Qué he hecho yo para merecer a estos dos… eh? —Los arbustos que rodeaban el pozo se agitaron cuando asomó la cabeza—. ¿Qué ha sido eso?
Todos giraron la cabeza hacia el lugar del que provenía el sonido; Grotz agarró su hacha y se puso en pie. El sonido se detuvo. Dio un cauteloso paso hacia adelante mientras un murmullo recorría todo el arbusto, de un extremo a otro. Todas y cada una de las ramas comenzaron a agitarse de forma violenta. Izwix se alejó receloso, en dirección al kodo que permanecía atado al carro del agua. Dras jugó con sus cuchillos, nervioso mientras el crujido de las hojas aumentaba.
Docenas de bestias con aspecto de jabalíes, que empuñaban lanzas y todo tipo de armas diferentes y cubiertas por armaduras de retales, salieron al exterior y rodearon al grupo. Uno o dos cayeron bajo el hacha de Grotz antes de que este se viese superado. Izwix trató de huir. Dras se agachó en busca de cobertura y se encontró de bruces con el líder del ataque. El jabaespín se lanzó ferozmente contra el orco hasta chocar contra él con la cabeza.
El resto de los miembros de la caravana cayeron uno tras otro y la hierba se tiñó rápidamente de rojo en las inmediaciones del pozo. Izwix había conseguido desatar al kodo, saltar sobre su lomo y espolearlo para que se pusiera en marcha antes de que una lanza surcase los aires y lo derribase de su montura. El kodo siguió avanzando mientras los jabaespines saqueaban el carro y desaparecían por donde habían venido, de vuelta al Barranco Cortazarza.
* * * * *
Algún tiempo antes de este ataque, Baine Pezuña de Sangre, Gran jefe de las tribus tauren, se encontraba en su cabaña en Cima del Trueno con Garrosh Grito Infernal y el archidruida Hamuul Tótem de Runa. No se trataba de un encuentro casual: Baine había decidido no vengarse de Garrosh por la muerte de Cairne Pezuña de Sangre por el bien del liderazgo de una Horda unida. Baine sabía que la Horda necesitaba un líder fuerte a la cabeza si pretendía sobrevivir; y Garrosh era capaz de inspirar a su pueblo. Pero la reunión no iba bien. Garrosh, que en un principio se había mostrado cauteloso por el papel que había desempeñado en la muerte del padre de Baine, se dejaba llevar de nuevo de sus bravuconerías y fanfarronadas, y había llegado a Mulgore con una cantidad absurda de exigencias.
Las palabras vehementes se elevaban y llenaban el ambiente. Hamuul, que normalmente se mostraba reservado y silencioso, comenzaba a levantar también el tono de voz en respuesta al testarudo y descarado joven orco que tenía ante sí. La manera en la que Garrosh dirigía a la Horda dejaba mucho que desear a los ojos del tauren, y Hamuul todavía no podía creer que Cairne Pezuña de Sangre, el más grande de los líderes tauren, hubiera perecido a manos de ese cachorro. Como consejero de Baine, Hamuul había abierto las negociaciones para transportar los suministros de agua hasta Orgrimmar. Hasta el momento, las negociaciones no habían ido muy bien.
Baine observaba con aire estoico mientras agarraba con una mano su maza, hasta que alzó educadamente la otra mano para intervenir. Pasado un momento, los otros dos callaron y escucharon a Baine.
—Garrosh, dices que necesitas agua, pero ¿qué hay del Río Furia del Sur y de su cuenca? ¿Acaso no puedes obtener de ahí toda el agua que necesitas?
A Garrosh se le escapó un gesto burlón. —En condiciones normales, sí, pero está contaminada. Podemos usarla para regar los cultivos, pero no podemos beberla. Esto nos causa problemas en la ciudad y allí donde los orcos establezcan sus hogares por estas tierras.
Con la mirada fija en los ojos de Garrosh, Hamuul añadió sin preámbulos: —¿Y qué es exactamente lo que la está contaminando?
Garrosh rechinó los dientes. —Los proyectos de los goblins en Azshara parecen tener… efectos colaterales. Esta contaminación provocada por sus excavaciones parece haber penetrado en la tierra y se desplaza ahora por el río hacia el sur, donde nosotros sufrimos las consecuencias.
Baine cruzó la mirada con Hamuul un instante. —¿Por qué no ordenamos a los goblins que paren? Para darle tiempo a la tierra a que se sane y que continúen más adelante. Con un poco de planificación y previsión, los goblins podrán realizar sus proyectos hasta cierto punto y de esa forma no dañaremos la tierra innecesariamente.
Garrosh golpeó con los nudillos en la mesa. —¡Tonterías! Sus proyectos son vitales para nuestros esfuerzos bélicos. No pondré en peligro la seguridad de la Horda. En Mulgore todavía hay mucha agua, y será esa agua la que suministraremos a Orgrimmar y a los asentamientos de los alrededores.
Hamuul añadió en tono calmado: —Yo estoy de acuerdo con Baine, y tú sabes que tiene razón. Los goblins deben parar o trasladar sus edificios a otro lugar para permitir que la tierra sane y el río se recupere.
—¿Y qué hace vuestras opiniones más válidas que las miles que oigo cada día? —Garrosh entornó ligeramente los ojos—. Además, no lo estoy pidiendo. Es una orden.
La discusión volvió a animarse. Hamuul y Garrosh siguieron gritando hasta que Baine acabó por exasperarse y gritó: —¡Ya basta! ¡Esta discusión no nos lleva a ningún lado!
Ambos se callaron, sorprendidos ante tal arranque y observaron fijamente a Baine, que añadió en un tono más calmado: —Garrosh, conseguirás tu agua. Pero quiero un representante oficial tauren que actúe como consejero en los próximos proyectos de los goblins.
Garrosh fijó una mirada fría en Baine. —Por supuesto que conseguiré mi agua. Mi deber para con la Horda es mantener a todo el mundo sano y salvo. No pienso tolerar que se cuestionen ni mi liderazgo ni mis intenciones. —Y tras eso salió furioso de la tienda dando voces por encima del hombro—. ¡Mandaré pronto a mi enviado para establecer un calendario de los envíos!
Hamuul observó cómo se alejaba y dijo: —Si por una vez fuese capaz de escuchar alguna opinión que no fuese la suya...
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Baine esbozó una sonrisa triste y colocó su enorme mano en el hombro de Hamuul. —Dale tiempo, Hamuul. Para individuos como Garrosh, el tiempo es efímero. Entrará en razón o se destruirá a sí mismo. Esos son los únicos destinos que le aguardan. En cualquiera de los casos, la paciencia es nuestro mejor aliada.
Hamuul sacudió la cabeza como para despejarla. —Nosotros ya existíamos antes de la llegada de los orcos, seguro que lo recuerdas. Tal vez tu padre estuviera en deuda con Thrall por todo lo que hizo por nuestra gente, pero esta es una nueva Horda. He oído lo que susurran algunos tauren. Muchos se preguntan si en realidad debemos seguir formando parte de esta Horda. —Dio un bufido—. La Horda ha hecho mucho y le debemos mucho, pero tienes que admitir que estas dudas tienen también su sentido.
Baine cogió un mapa de un estante y comenzó a buscar todos los pozos conocidos de Mulgore. —Tal y como dices, es posible que mi padre estuviera en deuda con Thrall, pero él creía en la Horda que ayudó a crear. A pesar de que mi padre ya no esté con nosotros y de los cambios a los que nos enfrentamos, yo todavía creo en la Horda.
* * * * *
Al cabo de poco tiempo, el trasiego de caravanas que transportaban agua desde los diversos pozos de Mulgore hasta Orgrimmar se había convertido en la norma habitual. Desde allí, el agua se distribuía para que todos los ciudadanos de Durotar volvieran a disfrutar de agua fresca en sus hogares. De vez en cuando se recibía algún informe sobre intentos de asaltos por parte de bandidos, pero en general, el transporte de agua no causaba problemas.
El primer ataque sufrido en Mulgore supuso una gran sorpresa para Baine. No solo había tenido lugar en su territorio, sino que había sido una brutal matanza. La investigación del incidente no había desvelado ninguna pista sobre los atacantes o sus motivos. Los cadáveres mantenían sus pertenencias y el carro de la caravana había sido destrozado, a pesar de que en su interior no había nada de interés. El carro solo transportaba un contenedor de agua, después de todo. Las manchas de sangre de la hierba indicaban que se habían llevado a rastras varios cadáveres, pero el resto de los miembros de la caravana sí se localizaron.
Baine estaba desconcertado. En un principio temió que se tratase de un ataque en represalia de los exiliados Tótem Siniestro, pero sus exploradores caminamillas no consiguieron encontrar nada que demostrase que estaban involucrados. Un día, se encontraba estudiando detenidamente uno de esos informes cuando un mensajero orco se acercó y se aclaró la garganta. Baine levantó la vista e hizo un gesto para indicar al orco que entrase. —¿A qué debo esta visita?
—Mensaje del Jefe de Guerra. —El mensajero desenrolló la carta y comenzó a leerla—. A la atención del Gran jefe de los tauren Baine Pezuña de Sangre, el Jefe de Guerra de la Horda Garrosh Grito Infernal le envía lo siguiente: El transporte de agua se mantiene tal y como estaba programado y eso me agrada. Sin embargo, debes tener en cuenta que el agua de las últimas entregas estaba contaminada con algún agente desconocido. Espero que esto se solucione rápidamente.
Baine pensó un instante, con el ceño fruncido por la preocupación. —Esas entregas provenían del Pozo Pezuña Invernal. Dile a Garrosh que lo investigaré personalmente. Dicho esto, el mensajero se marchó al momento y, tras dejar a uno de sus valientes a cargo de Cima del Trueno, Baine se preparó para el viaje hacia el sur de Mulgore.
* * * * *
Baine observó con aire solemne los cadáveres esparcidos alrededor del pozo. Era una masacre. Tres caravanas estaban destrozadas y sin posibilidad de arreglo, y habían robado todo lo que no estaba clavado, incluidos los contenedores de agua que transportaban. Los kodos de los carros habían desaparecido y los cadáveres de ocho guardias de las caravanas yacían en círculo alrededor de los seis trabajadores que habían tratado de defender. Esta vez los guardias estaban más preparados, por lo que había al menos una docena de cadáveres de jabaespines desperdigados por la zona.
—Son jabaespines, pero están mejor armados. ¿Has visto la armadura de ese de ahí? Son retazos de varios diseños de la Horda. Nunca había visto jabaespines tan organizados como estos. —Baine se quedó pensativo—. Uno de los obstáculos para la paz en Mulgore ha sido siempre la tozuda amenaza de los jabaespines. Mi padre nunca consiguió entablar conversaciones con ellos. Pero si han cambiado de líderes, tal vez podamos negociar con ellos en esta ocasión.
—Informa al Campamento Narache de que deben intentar ponerse en contacto con los jabaespines del Barranco Cortazarza. No podemos responder a una matanza con otra, y no permitiré que la escalada de violencia conduzca a una guerra en mi propio territorio.
—Me quedaré en mi antiguo alojamiento en el Poblado Pezuña de Sangre durante unos días. Infórmame de las novedades en cuanto puedas. —A continuación Baine se giró hacia su mensajero—. Informa a Garrosh de que hemos descubierto al culpable y de que nos ocuparemos de la situación
Garrosh contestó unas horas después, exactamente como Baine había esperado. El Jefe de Guerra insistía en que las tropas debían ponerse en marcha para recuperar las tierras y expulsar a los atacantes. Terminaba su mensaje con la frase: Y si tú eres incapaz de solucionar esto, no te quepa duda de que yo lo haré.
Baine resopló. —Esto no puede ser. Esperaba que fuese capaz de comprender la necesidad de evitar otro enfrentamiento. Que así sea. Dile a Garrosh que agradecemos su apoyo, pero que no hay ninguna necesidad de emprender una operación militar en este momento, ya que deseamos ver cómo resultan las negociaciones. Ruego a la Madre Tierra para que sean fructíferas.
* * * * *
Al día siguiente el caminamillas se acercó a Baine en su antiguo alojamiento. —Tengo noticias sobre la situación con los jabaespines, Gran jefe.
Baine le miró con aire esperanzado. —¿Buenas noticias, tal vez?
—Hemos tratado de ponernos en contacto con ellos de todas las formas posibles, pero atacan a nuestros enviados en cuanto los avistan. Tras cada intento, vuelven cubiertos de sangre ajena. —El explorador observó la decepción en la mirada de Baine. Y añadió rápidamente—: Pero las bajas han sido mínimas. Solo luchaban cuando era necesario durante la retirada.
Baine suspiró. —Muy bien. Suspended los intentos de negociación por el momento. Tengo que encontrar el origen de sus ataques si queremos solucionar este asunto sin un innecesario derramamiento de sangre.
Uno de los consejeros de Baine habló. —Con el debido respeto, Gran jefe, estoy seguro de que un pequeño grupo de efectivos podría infiltrarse sin ser visto y asesinar a su líder. Si conseguimos desorganizarlos, será más fácil acabar con ellos.
—De ninguna manera. Sé que de alguna manera podemos conseguir la paz. No caeremos en la tentación de la acción militar. Ese es el estilo de Garrosh, no el mío.
Y centró su atención de nuevo en el caminamillas que esperaba pacientemente. —Ve a entregarles mi mensaje y añade que nadie debe entrar en el territorio de los jabaespines sin mi permiso expreso. Encontraré una respuesta a esta nueva amenaza. —El explorador salió al momento y Baine comenzó a prepararse para el viaje de regreso al hogar paterno—.
Baine se giró para mirar a sus consejeros una vez más antes de salir de la tienda. —El mundo está devastado; la Alianza nos acosa en nuestras fronteras, y la Horda trata de devorarse a sí misma desde el interior. Quiero probar otra solución que no sea el derramamiento de sangre.
El mismo consejero volvió a intervenir. —Me gustaría estar de acuerdo, pero esos jabaespines no son más que bestias beligerantes que llevan años persiguiendo a nuestro pueblo. La paz con ellos no duraría mucho.
Hamuul sacudió la cabeza como para despejarla. —Nosotros ya existíamos antes de la llegada de los orcos, seguro que lo recuerdas. Tal vez tu padre estuviera en deuda con Thrall por todo lo que hizo por nuestra gente, pero esta es una nueva Horda. He oído lo que susurran algunos tauren. Muchos se preguntan si en realidad debemos seguir formando parte de esta Horda. —Dio un bufido—. La Horda ha hecho mucho y le debemos mucho, pero tienes que admitir que estas dudas tienen también su sentido.
Baine cogió un mapa de un estante y comenzó a buscar todos los pozos conocidos de Mulgore. —Tal y como dices, es posible que mi padre estuviera en deuda con Thrall, pero él creía en la Horda que ayudó a crear. A pesar de que mi padre ya no esté con nosotros y de los cambios a los que nos enfrentamos, yo todavía creo en la Horda.
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Al cabo de poco tiempo, el trasiego de caravanas que transportaban agua desde los diversos pozos de Mulgore hasta Orgrimmar se había convertido en la norma habitual. Desde allí, el agua se distribuía para que todos los ciudadanos de Durotar volvieran a disfrutar de agua fresca en sus hogares. De vez en cuando se recibía algún informe sobre intentos de asaltos por parte de bandidos, pero en general, el transporte de agua no causaba problemas.
El primer ataque sufrido en Mulgore supuso una gran sorpresa para Baine. No solo había tenido lugar en su territorio, sino que había sido una brutal matanza. La investigación del incidente no había desvelado ninguna pista sobre los atacantes o sus motivos. Los cadáveres mantenían sus pertenencias y el carro de la caravana había sido destrozado, a pesar de que en su interior no había nada de interés. El carro solo transportaba un contenedor de agua, después de todo. Las manchas de sangre de la hierba indicaban que se habían llevado a rastras varios cadáveres, pero el resto de los miembros de la caravana sí se localizaron.
Baine estaba desconcertado. En un principio temió que se tratase de un ataque en represalia de los exiliados Tótem Siniestro, pero sus exploradores caminamillas no consiguieron encontrar nada que demostrase que estaban involucrados. Un día, se encontraba estudiando detenidamente uno de esos informes cuando un mensajero orco se acercó y se aclaró la garganta. Baine levantó la vista e hizo un gesto para indicar al orco que entrase. —¿A qué debo esta visita?
—Mensaje del Jefe de Guerra. —El mensajero desenrolló la carta y comenzó a leerla—. A la atención del Gran jefe de los tauren Baine Pezuña de Sangre, el Jefe de Guerra de la Horda Garrosh Grito Infernal le envía lo siguiente: El transporte de agua se mantiene tal y como estaba programado y eso me agrada. Sin embargo, debes tener en cuenta que el agua de las últimas entregas estaba contaminada con algún agente desconocido. Espero que esto se solucione rápidamente.
Baine pensó un instante, con el ceño fruncido por la preocupación. —Esas entregas provenían del Pozo Pezuña Invernal. Dile a Garrosh que lo investigaré personalmente. Dicho esto, el mensajero se marchó al momento y, tras dejar a uno de sus valientes a cargo de Cima del Trueno, Baine se preparó para el viaje hacia el sur de Mulgore.
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Baine observó con aire solemne los cadáveres esparcidos alrededor del pozo. Era una masacre. Tres caravanas estaban destrozadas y sin posibilidad de arreglo, y habían robado todo lo que no estaba clavado, incluidos los contenedores de agua que transportaban. Los kodos de los carros habían desaparecido y los cadáveres de ocho guardias de las caravanas yacían en círculo alrededor de los seis trabajadores que habían tratado de defender. Esta vez los guardias estaban más preparados, por lo que había al menos una docena de cadáveres de jabaespines desperdigados por la zona.
—Son jabaespines, pero están mejor armados. ¿Has visto la armadura de ese de ahí? Son retazos de varios diseños de la Horda. Nunca había visto jabaespines tan organizados como estos. —Baine se quedó pensativo—. Uno de los obstáculos para la paz en Mulgore ha sido siempre la tozuda amenaza de los jabaespines. Mi padre nunca consiguió entablar conversaciones con ellos. Pero si han cambiado de líderes, tal vez podamos negociar con ellos en esta ocasión.
—Informa al Campamento Narache de que deben intentar ponerse en contacto con los jabaespines del Barranco Cortazarza. No podemos responder a una matanza con otra, y no permitiré que la escalada de violencia conduzca a una guerra en mi propio territorio.
—Me quedaré en mi antiguo alojamiento en el Poblado Pezuña de Sangre durante unos días. Infórmame de las novedades en cuanto puedas. —A continuación Baine se giró hacia su mensajero—. Informa a Garrosh de que hemos descubierto al culpable y de que nos ocuparemos de la situación
Garrosh contestó unas horas después, exactamente como Baine había esperado. El Jefe de Guerra insistía en que las tropas debían ponerse en marcha para recuperar las tierras y expulsar a los atacantes. Terminaba su mensaje con la frase: Y si tú eres incapaz de solucionar esto, no te quepa duda de que yo lo haré.
Baine resopló. —Esto no puede ser. Esperaba que fuese capaz de comprender la necesidad de evitar otro enfrentamiento. Que así sea. Dile a Garrosh que agradecemos su apoyo, pero que no hay ninguna necesidad de emprender una operación militar en este momento, ya que deseamos ver cómo resultan las negociaciones. Ruego a la Madre Tierra para que sean fructíferas.
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Al día siguiente el caminamillas se acercó a Baine en su antiguo alojamiento. —Tengo noticias sobre la situación con los jabaespines, Gran jefe.
Baine le miró con aire esperanzado. —¿Buenas noticias, tal vez?
—Hemos tratado de ponernos en contacto con ellos de todas las formas posibles, pero atacan a nuestros enviados en cuanto los avistan. Tras cada intento, vuelven cubiertos de sangre ajena. —El explorador observó la decepción en la mirada de Baine. Y añadió rápidamente—: Pero las bajas han sido mínimas. Solo luchaban cuando era necesario durante la retirada.
Baine suspiró. —Muy bien. Suspended los intentos de negociación por el momento. Tengo que encontrar el origen de sus ataques si queremos solucionar este asunto sin un innecesario derramamiento de sangre.
Uno de los consejeros de Baine habló. —Con el debido respeto, Gran jefe, estoy seguro de que un pequeño grupo de efectivos podría infiltrarse sin ser visto y asesinar a su líder. Si conseguimos desorganizarlos, será más fácil acabar con ellos.
—De ninguna manera. Sé que de alguna manera podemos conseguir la paz. No caeremos en la tentación de la acción militar. Ese es el estilo de Garrosh, no el mío.
Y centró su atención de nuevo en el caminamillas que esperaba pacientemente. —Ve a entregarles mi mensaje y añade que nadie debe entrar en el territorio de los jabaespines sin mi permiso expreso. Encontraré una respuesta a esta nueva amenaza. —El explorador salió al momento y Baine comenzó a prepararse para el viaje de regreso al hogar paterno—.
Baine se giró para mirar a sus consejeros una vez más antes de salir de la tienda. —El mundo está devastado; la Alianza nos acosa en nuestras fronteras, y la Horda trata de devorarse a sí misma desde el interior. Quiero probar otra solución que no sea el derramamiento de sangre.
El mismo consejero volvió a intervenir. —Me gustaría estar de acuerdo, pero esos jabaespines no son más que bestias beligerantes que llevan años persiguiendo a nuestro pueblo. La paz con ellos no duraría mucho.
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Baine asintió brevemente. —Tal vez. Es posible que la paz fuera efímera, pero ¿acaso necesitamos otro conflicto en nuestro territorio ahora mismo? —Y dicho esto partió hacia Cima del Trueno—.
* * * * *
Una noche, poco tiempo después del último ataque, varios tauren del Campamento Narache se reunieron alrededor del fuego. Los ataques de los jabaespines habían aumentado, y parecía que cada vez drenaban más las reservas de agua de sus tierras para enviarla a otros.
El más anciano intervino en primer lugar. —No deberíamos utilizar así nuestras tierras. Hasta el momento, Baine se ha sometido a todas y cada una de las demandas del fanfarrón de Garrosh, por mezquinas que estas fueran. ¿Cuánto tiempo más podemos permanecer aquí sentados observando cómo entrega todo lo que somos a los orcos?
Un tauren algo más joven añadió: —No podemos ser los únicos que opinemos de esta forma. ¿Alguno de nosotros ha hablado con las otras tribus?
El primer interviniente suspiró. —Yo lo he hecho, y ya sabéis lo testarudos que pueden llegar a ser los Iracerada y los Pezuña Pétrea. No son totalmente conscientes de cómo las decisiones que ha tomado Baine desde la muerte de su padre han afectado a Mulgore.
—Es posible que Baine no sea su padre, pero estoy seguro que haga lo que haga será por nuestro bien. El bienestar de su pueblo es lo único que realmente le preocupa.
—Puede ser, pero eso no cambia el hecho de que vivir aquí resulte cada vez más peligroso. Nosotros los Sendaeterna no somos una tribu que esté acostumbrada a permanecer estacionarios, ¿por qué no nos trasladamos? Recordad otros tiempos, cuando nos trasladábamos en busca de caza. Ahora tenemos un territorio al que podemos considerar nuestro hogar, pero a costa de nuestra libertad. —Suspiró e hizo un gesto a sus camaradas—. ¿Os acordáis de cuando observábamos una porción de cielo diferente cada mes? ¿Por qué tenemos que encadenarnos a un solo territorio cuando siempre hemos sido libres?
—¿Y adónde iríamos exactamente?
El tauren más anciano se encogió de hombros y atizó el fuego. —Nunca dije que se tratase de un plan perfecto...
* * * * *
Baine había encargado a sus caminamillas que mantuvieran vigilados los movimientos de los jabaespines y sus últimos ataques rabiosos y violentos. Los jabaespines siempre habían sido criaturas beligerantes, pero ahora su hostilidad iba en aumento. A pesar de su extensa red de exploradores, los ataques seguían sucediendo y no encontraban respuestas. Hacía tiempo que no hablaba con Hamuul y confiaba en que el viejo archidruida hubiese encontrado algunas respuestas.
Baine consiguió encontrar a Hamuul en la base de Cima del Trueno, mientras el druida estudiaba la flora y la fauna. No quería molestar a su consejero, así que Baine dijo con voz suave: —Necesitaría de tu consejo, Hamuul.
Hamuul se levantó esbozando una sonrisa. —Por supuesto, joven Baine. Te ofreceré toda la ayuda que pueda, ya lo sabes.
—Como ya sabes, hablé hace poco con los exploradores sobre los últimos ataques de los jabaespines. Seguían perplejos y no tenían ninguna respuesta. Sé que últimamente has estado en comunión con la Madre Tierra más a menudo de lo habitual. ¿Has descubierto algo que pueda aclarar en alguna medida este misterio?
Hamuul agarró un manojo de hierba, lo olió y luego dejó que se lo llevara el viento. Observó cómo caía y sacudió la cabeza. —Por desgracia, aún no. Entrar en comunión con la tierra lleva su tiempo, Baine, especialmente con la confusión en la que está sumida. Continuaré con mi meditación. Y consultar a un par de chamanes tampoco nos hará daño...
* * * * *
Baine sacudió su apesadumbrada cabeza mientras observaba a Hamuul alejarse murmullando. Habían pasado demasiadas cosas desde la ausencia de su padre. No estaba seguro de cómo resolvería esto, pero estaba decidido a encontrar la manera. Habían sufrido demasiados conflictos en los últimos años y una solución pacífica sería como una brisa de aire fresco.
En el camino de vuelta a los elevadores, Baine se encontró con un grupo de tauren cargados con paquetes y suministros. —¡Caminamillas! ¿Os preparáis para salir de viaje?
Todos inclinaron la cabeza al unísono, y el líder del grupo dijo: —Lo sentimos mucho, Gran jefe, pero no podemos permanecer en Mulgore.
Baine cerró los ojos un instante. Al abrirlos de nuevo, todo el buen humor que pudiese haber tenido, había desaparecido. —Te animaría a que te quedases, Pezuñagris. Te mentiría si te dijera que estos no son tiempos difíciles, pero precisamente por eso ahora, más que nunca, debemos permanecer unidos.
El anciano tauren asintió con la cabeza. —Tus palabras son ciertas, pero aquí no podemos hacer gran cosa. ¿Recuerdas nuestras viejas costumbres? Todavía existen tierras que no han sufrido la contaminación de la guerra. Podemos llevar una vida pacífica y libre, si volvemos a ser nómadas.
—Pero las viejas costumbres ya no sirven como antes. Los nómadas pertenecen a un mundo mucho más amplio, no a un mundo reducido por la guerra y la conquista. Al convertirnos en sedentarios, tenemos un hogar, y para proteger ese hogar como es debido, tenemos que permanecer unidos como pueblo.
Pezuñagris se movió incómodo. —Por desgracia, Mulgore, al igual que tantas otras tierras, se ha convertido en una extensión de la voluntad de Garrosh. Solo queremos trasladarnos a un territorio que no esté sometido a su arrogancia. Te agradecemos que te hayas hecho cargo del liderazgo tras la muerte de tu padre, pero estos cambios son demasiado para nosotros.
* * * * *
Una noche, poco tiempo después del último ataque, varios tauren del Campamento Narache se reunieron alrededor del fuego. Los ataques de los jabaespines habían aumentado, y parecía que cada vez drenaban más las reservas de agua de sus tierras para enviarla a otros.
El más anciano intervino en primer lugar. —No deberíamos utilizar así nuestras tierras. Hasta el momento, Baine se ha sometido a todas y cada una de las demandas del fanfarrón de Garrosh, por mezquinas que estas fueran. ¿Cuánto tiempo más podemos permanecer aquí sentados observando cómo entrega todo lo que somos a los orcos?
Un tauren algo más joven añadió: —No podemos ser los únicos que opinemos de esta forma. ¿Alguno de nosotros ha hablado con las otras tribus?
El primer interviniente suspiró. —Yo lo he hecho, y ya sabéis lo testarudos que pueden llegar a ser los Iracerada y los Pezuña Pétrea. No son totalmente conscientes de cómo las decisiones que ha tomado Baine desde la muerte de su padre han afectado a Mulgore.
—Es posible que Baine no sea su padre, pero estoy seguro que haga lo que haga será por nuestro bien. El bienestar de su pueblo es lo único que realmente le preocupa.
—Puede ser, pero eso no cambia el hecho de que vivir aquí resulte cada vez más peligroso. Nosotros los Sendaeterna no somos una tribu que esté acostumbrada a permanecer estacionarios, ¿por qué no nos trasladamos? Recordad otros tiempos, cuando nos trasladábamos en busca de caza. Ahora tenemos un territorio al que podemos considerar nuestro hogar, pero a costa de nuestra libertad. —Suspiró e hizo un gesto a sus camaradas—. ¿Os acordáis de cuando observábamos una porción de cielo diferente cada mes? ¿Por qué tenemos que encadenarnos a un solo territorio cuando siempre hemos sido libres?
—¿Y adónde iríamos exactamente?
El tauren más anciano se encogió de hombros y atizó el fuego. —Nunca dije que se tratase de un plan perfecto...
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Baine había encargado a sus caminamillas que mantuvieran vigilados los movimientos de los jabaespines y sus últimos ataques rabiosos y violentos. Los jabaespines siempre habían sido criaturas beligerantes, pero ahora su hostilidad iba en aumento. A pesar de su extensa red de exploradores, los ataques seguían sucediendo y no encontraban respuestas. Hacía tiempo que no hablaba con Hamuul y confiaba en que el viejo archidruida hubiese encontrado algunas respuestas.
Baine consiguió encontrar a Hamuul en la base de Cima del Trueno, mientras el druida estudiaba la flora y la fauna. No quería molestar a su consejero, así que Baine dijo con voz suave: —Necesitaría de tu consejo, Hamuul.
Hamuul se levantó esbozando una sonrisa. —Por supuesto, joven Baine. Te ofreceré toda la ayuda que pueda, ya lo sabes.
—Como ya sabes, hablé hace poco con los exploradores sobre los últimos ataques de los jabaespines. Seguían perplejos y no tenían ninguna respuesta. Sé que últimamente has estado en comunión con la Madre Tierra más a menudo de lo habitual. ¿Has descubierto algo que pueda aclarar en alguna medida este misterio?
Hamuul agarró un manojo de hierba, lo olió y luego dejó que se lo llevara el viento. Observó cómo caía y sacudió la cabeza. —Por desgracia, aún no. Entrar en comunión con la tierra lleva su tiempo, Baine, especialmente con la confusión en la que está sumida. Continuaré con mi meditación. Y consultar a un par de chamanes tampoco nos hará daño...
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Baine sacudió su apesadumbrada cabeza mientras observaba a Hamuul alejarse murmullando. Habían pasado demasiadas cosas desde la ausencia de su padre. No estaba seguro de cómo resolvería esto, pero estaba decidido a encontrar la manera. Habían sufrido demasiados conflictos en los últimos años y una solución pacífica sería como una brisa de aire fresco.
En el camino de vuelta a los elevadores, Baine se encontró con un grupo de tauren cargados con paquetes y suministros. —¡Caminamillas! ¿Os preparáis para salir de viaje?
Todos inclinaron la cabeza al unísono, y el líder del grupo dijo: —Lo sentimos mucho, Gran jefe, pero no podemos permanecer en Mulgore.
Baine cerró los ojos un instante. Al abrirlos de nuevo, todo el buen humor que pudiese haber tenido, había desaparecido. —Te animaría a que te quedases, Pezuñagris. Te mentiría si te dijera que estos no son tiempos difíciles, pero precisamente por eso ahora, más que nunca, debemos permanecer unidos.
El anciano tauren asintió con la cabeza. —Tus palabras son ciertas, pero aquí no podemos hacer gran cosa. ¿Recuerdas nuestras viejas costumbres? Todavía existen tierras que no han sufrido la contaminación de la guerra. Podemos llevar una vida pacífica y libre, si volvemos a ser nómadas.
—Pero las viejas costumbres ya no sirven como antes. Los nómadas pertenecen a un mundo mucho más amplio, no a un mundo reducido por la guerra y la conquista. Al convertirnos en sedentarios, tenemos un hogar, y para proteger ese hogar como es debido, tenemos que permanecer unidos como pueblo.
Pezuñagris se movió incómodo. —Por desgracia, Mulgore, al igual que tantas otras tierras, se ha convertido en una extensión de la voluntad de Garrosh. Solo queremos trasladarnos a un territorio que no esté sometido a su arrogancia. Te agradecemos que te hayas hecho cargo del liderazgo tras la muerte de tu padre, pero estos cambios son demasiado para nosotros.
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Baine apretó la mandíbula y afirmó rotundo: —Garrosh es el líder de la Horda y, arrogante o no, hemos jurado lealtad a esa misma Horda. Esto va más allá de los líderes, se trata de un concepto duradero y unificador al que Thrall y mi padre ayudaron a dar forma. Si le damos una oportunidad, la Horda superará estos problemas y se salvará tanto de las amenazas externas como de las disputas internas. Te doy mi palabra.
—Si tú lo dices, Gran jefe. —Baine asintió con un ademán rápido y se dirigió al elevador para volver a Cima del Trueno. Pezuñagris Sendaeterna se dirigió a su grupo diciendo: —Volvamos al Campamento Narache y preparémonos para el viaje. Los preparativos nos llevarán algo de tiempo antes de que podamos partir.
* * * * *
Varios días después, Hamuul volvió con Baine seguido por un enorme e imponente orco. El orco hizo una profunda reverencia y dijo: —Soy Swart de Cerrotajo, Gran jefe. Es un honor para mí conocerte al fin.
Baine inclinó la cabeza en respuesta y dijo: —El honor es mío. Hamuul me ha hablado de ti, y cualquier amigo suyo es más que bienvenido en Cima del Trueno. ¿A qué debo esta visita?
Hamuul dijo: —Traemos buenas nuevas. Nos pediste que resolviésemos de forma pacífica el conflicto con los jabaespines. No ha sido fácil, pero creemos haber encontrado una solución.
Baine sonrió. —Ah, maravillosas noticias, sin duda. Mi padre siempre estuvo demasiado ocupado en otros asuntos como para dedicarles demasiada atención, aunque sospechaba que se podría razonar con ellos. Continúa, por favor.
Hamuul continuó: —Llevamos ya bastante tiempo entregados a una profunda meditación y creemos haber descubierto por fin el origen de estos disturbios. ¿Swart?
Swart se aclaró la garganta. —Los jabaespines tienen individuos especializados denominados buscaqua que, por lo visto debido a la agitación reciente de la tierra, han perdido su capacidad para encontrar agua. Desesperados por encontrar agua fresca, se aventuran cada vez más y con más agresividad, y por la noche se retiran a sus zarzas. Creemos que la solución es sencilla: encontrarles una fuente de agua local, de algún modo. —Miró a Hamuul—.
Hamuul sonrió. —Y ahí es donde entro yo...
* * * * *
Baine y Hamuul esperaron en la antecámara de Garrosh mientras agitaban las colas indignados. Garrosh no se apresuraba por nadie, se tratase de un líder o no. Cuando llegó por fin, Baine, contrariamente a lo dictado por el protocolo, fue directo al grano. —Jefe de Guerra, tenemos información que puede resultar crucial para el futuro de nuestros envíos de agua. Creímos necesario discutir este asunto contigo.
—Los ataques se han vuelto cada vez más osados en las últimas semanas, pero creemos haber encontrado la fuente del problema, así como el origen de los envíos de agua contaminada que recibiste. Los jabaespines son una amenaza que ha castigado a nuestro pueblo durante años, pero nunca habían querido más que territorio para expandirse, algo que podían hacer perfectamente de forma subterránea. Por lo visto, con la reciente agitación de la tierra, también ellos necesitan agua.
Un joven mensajero tauren irrumpió corriendo en la cámara e interrumpió a Baine. —¡Gran jefe! Te pido disculpas, pero me han enviado para informarte de que hemos descubierto un nuevo ataque. ¡Han asesinado al personal y han robado el agua y el equipo!
Baine asintió con la cabeza. —Gracias por informarme. Vuelve a Cima del Trueno e informa a Ruk Embestida de Guerra de que volveré pronto para ocuparme de la situación.
Al marcharse el mensajero, Garrosh comenzó a pasearse de un lado a otro de la sala. —Este es el tercer ataque en esta semana. Sabemos quiénes son los responsables y sin embargo, no han sufrido castigo alguno, y encima estos jabaespines se ríen de ti atacando en vuestras fronteras. Empiezo a perder la confianza.
Baine alzó la mano. —Garrosh, lo que no acabas de comprender es que este es un asunto que afecta al territorio tauren y, como tal, nuestro pueblo se encargará de solucionarlo. Yo me encargaré de ello. En este mismo momento estamos buscando la guía de la Madre Tierra.
Garrosh levantó las manos y gritó: —¡La Madre Tierra! ¡La Madre Tierra! No hago más que escuchar esa letanía. ¿Pero qué es eso de la Madre Tierra?
—Es la creadora de nuestro pueblo y la voz de la sabiduría de la tierra que guía nuestros pasos...
—Pero utilizáis a la Madre Tierra como excusa —interrumpió Garrosh—. ¡Os quedáis quietos y habláis, pero nunca actuáis! Estos jabaespines quieren hacer una demostración de fuerza y la Horda hará su propia demostración de fuerza también...
Baine tomó aire y continuó en tono calmado. —Garrosh, te pido amablemente que respetes nuestras costumbres y nuestros métodos. Solucionaremos este problema rápidamente y sin derramamiento de sangre innecesario. Esto es mucho más complicado de lo que parece a simple vista. Estos ataques surgen de la desesperación, y solucionar sus problemas servirá para solucionar también los nuestros.
Baine terminó de hablar mientras Garrosh le fulminaba con la mirada. —Puedo comprender tu deseo de hacerlos retroceder por la fuerza, pero los jabaespines son más astutos de lo que imaginas. Un ataque directo tendría consecuencias, y mi pueblo sufriría por su causa.
—En el momento en que atacaron nuestros suministros de agua, se convirtieron en un problema de la Horda. Sufrimos como un único ser, y vuestros retrasos nos pasan factura todos los días. No me quedaré parado observando cómo conviertes en un chiste la fuerza y la determinación de la Horda. Pondremos fin a esta agresión, y rápido. —Dicho esto, Garrosh salió de la sala y desapareció—.
Hamuul observó a Garrosh mientras salía y resopló. —Ni siquiera escucha. Típico. ¿Y qué es lo que cree que puede hacer al respecto?
Baine blandió Rompemiedos, y la maza de cabeza de plata ribeteada de bandas doradas y runas lanzó brillantes destellos. Inclinó la cabeza brevemente y se dirigió al zepelín que le esperaba. —Temo que Garrosh esté subestimando enormemente a nuestros enemigos. Cuando volvamos a Cima del Trueno, prepara a los caminasol. Tal vez todavía necesite nuestra ayuda, la quiera o no.
* * * * *
Esa noche, mientras Cima del Trueno descansaba, Baine se paseaba inquieto en su cabaña. Su insistencia en conseguir una solución pacífica había provocado más ataques a caravanas, incluido un ataque a gran escala en su territorio que podría poner en peligro la vida del Jefe de Guerra. Al entrar Hamuul en la sala, Baine salió de su ensoñación y levantó la vista para decir con tono apesadumbrado: —Tengo mis dudas, Hamuul, de que este sea el camino adecuado. Tal vez los Sendaeterna tengan razón después de todo. La Horda era diferente cuando mi padre era el Gran jefe. —Hizo una pausa—. No es la primera vez que me pregunto si seré capaz de liderar a nuestro pueblo. Pero en esta ocasión, me pregunto si debo hacerlo.
—Si tú lo dices, Gran jefe. —Baine asintió con un ademán rápido y se dirigió al elevador para volver a Cima del Trueno. Pezuñagris Sendaeterna se dirigió a su grupo diciendo: —Volvamos al Campamento Narache y preparémonos para el viaje. Los preparativos nos llevarán algo de tiempo antes de que podamos partir.
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Varios días después, Hamuul volvió con Baine seguido por un enorme e imponente orco. El orco hizo una profunda reverencia y dijo: —Soy Swart de Cerrotajo, Gran jefe. Es un honor para mí conocerte al fin.
Baine inclinó la cabeza en respuesta y dijo: —El honor es mío. Hamuul me ha hablado de ti, y cualquier amigo suyo es más que bienvenido en Cima del Trueno. ¿A qué debo esta visita?
Hamuul dijo: —Traemos buenas nuevas. Nos pediste que resolviésemos de forma pacífica el conflicto con los jabaespines. No ha sido fácil, pero creemos haber encontrado una solución.
Baine sonrió. —Ah, maravillosas noticias, sin duda. Mi padre siempre estuvo demasiado ocupado en otros asuntos como para dedicarles demasiada atención, aunque sospechaba que se podría razonar con ellos. Continúa, por favor.
Hamuul continuó: —Llevamos ya bastante tiempo entregados a una profunda meditación y creemos haber descubierto por fin el origen de estos disturbios. ¿Swart?
Swart se aclaró la garganta. —Los jabaespines tienen individuos especializados denominados buscaqua que, por lo visto debido a la agitación reciente de la tierra, han perdido su capacidad para encontrar agua. Desesperados por encontrar agua fresca, se aventuran cada vez más y con más agresividad, y por la noche se retiran a sus zarzas. Creemos que la solución es sencilla: encontrarles una fuente de agua local, de algún modo. —Miró a Hamuul—.
Hamuul sonrió. —Y ahí es donde entro yo...
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Baine y Hamuul esperaron en la antecámara de Garrosh mientras agitaban las colas indignados. Garrosh no se apresuraba por nadie, se tratase de un líder o no. Cuando llegó por fin, Baine, contrariamente a lo dictado por el protocolo, fue directo al grano. —Jefe de Guerra, tenemos información que puede resultar crucial para el futuro de nuestros envíos de agua. Creímos necesario discutir este asunto contigo.
—Los ataques se han vuelto cada vez más osados en las últimas semanas, pero creemos haber encontrado la fuente del problema, así como el origen de los envíos de agua contaminada que recibiste. Los jabaespines son una amenaza que ha castigado a nuestro pueblo durante años, pero nunca habían querido más que territorio para expandirse, algo que podían hacer perfectamente de forma subterránea. Por lo visto, con la reciente agitación de la tierra, también ellos necesitan agua.
Un joven mensajero tauren irrumpió corriendo en la cámara e interrumpió a Baine. —¡Gran jefe! Te pido disculpas, pero me han enviado para informarte de que hemos descubierto un nuevo ataque. ¡Han asesinado al personal y han robado el agua y el equipo!
Baine asintió con la cabeza. —Gracias por informarme. Vuelve a Cima del Trueno e informa a Ruk Embestida de Guerra de que volveré pronto para ocuparme de la situación.
Al marcharse el mensajero, Garrosh comenzó a pasearse de un lado a otro de la sala. —Este es el tercer ataque en esta semana. Sabemos quiénes son los responsables y sin embargo, no han sufrido castigo alguno, y encima estos jabaespines se ríen de ti atacando en vuestras fronteras. Empiezo a perder la confianza.
Baine alzó la mano. —Garrosh, lo que no acabas de comprender es que este es un asunto que afecta al territorio tauren y, como tal, nuestro pueblo se encargará de solucionarlo. Yo me encargaré de ello. En este mismo momento estamos buscando la guía de la Madre Tierra.
Garrosh levantó las manos y gritó: —¡La Madre Tierra! ¡La Madre Tierra! No hago más que escuchar esa letanía. ¿Pero qué es eso de la Madre Tierra?
—Es la creadora de nuestro pueblo y la voz de la sabiduría de la tierra que guía nuestros pasos...
—Pero utilizáis a la Madre Tierra como excusa —interrumpió Garrosh—. ¡Os quedáis quietos y habláis, pero nunca actuáis! Estos jabaespines quieren hacer una demostración de fuerza y la Horda hará su propia demostración de fuerza también...
Baine tomó aire y continuó en tono calmado. —Garrosh, te pido amablemente que respetes nuestras costumbres y nuestros métodos. Solucionaremos este problema rápidamente y sin derramamiento de sangre innecesario. Esto es mucho más complicado de lo que parece a simple vista. Estos ataques surgen de la desesperación, y solucionar sus problemas servirá para solucionar también los nuestros.
Baine terminó de hablar mientras Garrosh le fulminaba con la mirada. —Puedo comprender tu deseo de hacerlos retroceder por la fuerza, pero los jabaespines son más astutos de lo que imaginas. Un ataque directo tendría consecuencias, y mi pueblo sufriría por su causa.
—En el momento en que atacaron nuestros suministros de agua, se convirtieron en un problema de la Horda. Sufrimos como un único ser, y vuestros retrasos nos pasan factura todos los días. No me quedaré parado observando cómo conviertes en un chiste la fuerza y la determinación de la Horda. Pondremos fin a esta agresión, y rápido. —Dicho esto, Garrosh salió de la sala y desapareció—.
Hamuul observó a Garrosh mientras salía y resopló. —Ni siquiera escucha. Típico. ¿Y qué es lo que cree que puede hacer al respecto?
Baine blandió Rompemiedos, y la maza de cabeza de plata ribeteada de bandas doradas y runas lanzó brillantes destellos. Inclinó la cabeza brevemente y se dirigió al zepelín que le esperaba. —Temo que Garrosh esté subestimando enormemente a nuestros enemigos. Cuando volvamos a Cima del Trueno, prepara a los caminasol. Tal vez todavía necesite nuestra ayuda, la quiera o no.
* * * * *
Esa noche, mientras Cima del Trueno descansaba, Baine se paseaba inquieto en su cabaña. Su insistencia en conseguir una solución pacífica había provocado más ataques a caravanas, incluido un ataque a gran escala en su territorio que podría poner en peligro la vida del Jefe de Guerra. Al entrar Hamuul en la sala, Baine salió de su ensoñación y levantó la vista para decir con tono apesadumbrado: —Tengo mis dudas, Hamuul, de que este sea el camino adecuado. Tal vez los Sendaeterna tengan razón después de todo. La Horda era diferente cuando mi padre era el Gran jefe. —Hizo una pausa—. No es la primera vez que me pregunto si seré capaz de liderar a nuestro pueblo. Pero en esta ocasión, me pregunto si debo hacerlo.
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Hamuul respondió con cierta emoción en la voz. —No es momento para dudar de uno mismo, joven Baine. Estás haciendo un trabajo tan bueno como el de tu padre. No me cabe duda de que aprobaría la sabiduría con la que has guiado tus pasos y el empeño que pones para que esto se solucione de la forma correcta. —Hizo un gesto con la mano—. Dejemos que aquellos que no son capaces de verlo se vayan y encuentren su propio camino.
Baine sonrió ligeramente. —Recuerdo que no hace tanto tiempo compartías con ellos esa opinión.
Hamuul se tensó visiblemente. —Hablé de forma precipitada y dejándome llevar por la frustración. No tengo inconveniente en admitir que me equivoqué. Saldremos de esto y comprobarás que eres un buen líder, a pesar de que todavía no lo creas.
* * * * *
En ese mismo momento, Garrosh estaba preparando a los Kor'kron para la invasión del Barranco Cortazarza. Quince de ellos estaban ante él en posición de firmes, con los ojos fijos y brillantes a causa de la maliciosa excitación de la batalla que se avecinaba.
—Estos tauren son capaces de hablar hasta el final de los días, ¡¿pero acaso actúan cuando su propio territorio sufre la amenaza de una invasión?! —maldijo Garrosh—. Tenemos que demostrarles de lo que son capaces los verdaderos guerreros. Nuestro objetivo son los cubiles de los jabaespines el sur de Mulgore. El ataque comenzará poco después del alba. Preparaos.
Sus guerreros saludaron y corrieron a prepararse. Garrosh tomó asiento de nuevo y se colocó a Aullavísceras sobre el regazo. Los llevaría a la victoria y el hacha de su padre danzaría en la gloria de la batalla una vez más. Garrosh mostró los dientes con una dura sonrisa.
* * * * *
Los Kor'kron eran la élite; eran letales y además contaban con el elemento de la sorpresa. Los oscuros zepelines se deslizaron en silencio por el aire en las tempranas horas previas al amanecer, y se detuvieron cerca de los territorios ocupados por los jabaespines. Liderados por Garrosh, los guerreros descendieron por sogas para aterrizar casi en las cabezas de las patrullas de jabaespines. Las espadas relucieron en una ráfaga de ataques y diez jabaespines permanecieron inmóviles en el suelo.
Solo un ligero chillido escapó de uno de ellos, y los guardias que se encontraban junto a la entrada de la madriguera avanzaron para investigar. Ellos también cayeron rápidamente ante la avalancha de hachas y espadas que se desató frente al asombrado grupo. Cuando los zepelines se retiraron a una distancia segura, los Kor'kron avanzaron por los túneles, eliminando rápida y eficazmente toda la resistencia que iban encontrando.
La batalla fue corta pero intensa, y los jabaespines defendieron su territorio con una ferocidad que sorprendió incluso a Garrosh. Acostumbrados a luchar en túneles estrechos, emplearon incluso los colmillos si era necesario; luchaban con un entusiasmo ciego. No temían morir defendiendo su hogar. Garrosh sonrió mientras los jabaespines con los que se topaba caían uno tras otro. Hoy les enseñaría lo que era el miedo.
Unos minutos después, el grupo alcanzó la cámara principal. Garrosh los lideraba triunfal con Aullavísceras en alto, preparada para golpear. Asintió con orgullo. El suelo estaba cubierto de cadáveres, y no se oía nada más que la esforzada respiración de los guerreros. Investigaron la zona en busca de alguna señal, tratando de decidir cuál de la multitud de túneles debían seguir. Tras unos minutos, se oyó el sonido de una escaramuza detrás de ellos, y se volvieron lentamente, esperando encontrarse a unos pocos rezagados.
En lugar de unos cuantos rezagados, descubrieron que los túneles de la retaguardia estaban plagados de bestias. Los recién llegados se detuvieron un instante para observar las docenas de cadáveres de sus hermanos que cubrían el suelo. Garrosh les gritó: —Hoy pagaréis. ¡Hoy conoceréis la ira de la Horda!
A la señal de Garrosh, los Kor'kron lanzaron una lluvia de hachas contra la multitud, y una decena de chillidos retumbaron por toda la caverna. Pero los jabaespines no hicieron ningún amago de atacar. Otra oleada de hachas cayó sobre ellos, pero las bestias permanecían inmóviles. —¡¿Qué significa esto?! —gritó Garrosh—. ¿Os rendís tan fácilmente? ¡No tendré compasión, os haré pedazos aquí mismo!
Como si fueran un solo ser, la multitud que tenía ante él alzó sus armas y chilló de forma atronadora. La caverna en la retaguardia de los Kor'kron retumbó, y al girarse, los orcos descubrieron una marea de cientos de bestias que avanzaba con rapidez provenientes de túneles que surgían del suelo y de agujeros en el techo.
—¡Moveos al flanco izquierdo! Hacia delante, ¡vamos! —gritó Garrosh—. ¡No permitáis que nos corten el camino a la superficie!— Los guerreros se lanzaron contra los jabaespines, dejando la salida a sus espaldas. Aullavísceras danzaba en el aire como una imagen borrosa y descendía a toda velocidad sobre los líderes del ataque. Cayeron con un sonido sordo, y más bestias sustituyeron a sus hermanos muertos.
Resonó una orden: —¡Avanzad! —Y los guerreros avanzaron con más fuerza hacia los ensordecedores chillidos y gruñidos de los jabaespines que respondían al avance sin dudarlo. Destellos de color iluminaban los rostros crispados de los Kor'kron mientras los chamanes jabaespines lanzaban hechizos a sus filas. Cada vez que alcanzaban un objetivo, se oía una explosión de rugidos que retumbaba en toda la caverna.
Garrosh comprobó con desazón que cada uno de los destellos significaba que sus filas perdían un guerrero. A medida que resultaban abatidos, los guerreros dejaban caer las antorchas, que se apagaban con rapidez. Garrosh gruñó y luchó con renovado vigor y aún más rabia. Era un Grito Infernal, y un Grito Infernal no se dejaba vencer por bestias patéticas. Sacaría a los suyos de esta—.
Blandió a Aullavísceras de un lado a otro cada vez más rápido, y el aire se preñó del sobrenatural silbido del movimiento del hacha. El aullido retumbó por los túneles y recibió como respuesta los chillidos de más bestias. Los jabaespines caían por doquier, desmembrados al paso del hacha de Garrosh, pero su número no disminuía.
Ni transigían ni se retiraban; y Garrosh se vio forzado a avanzar cada vez más hacia el interior de la cueva, hasta que ya no pudo ver la luz de la superficie. Estaba solo, prácticamente a oscuras y rodeado de una corriente interminable de jabaespines que chillaban de forma horrenda. Comenzaron a arrancarle la armadura, arañaban y mordían la carne que quedaba expuesta, y le forzaban a adentrarse aún más en las profundidades del túnel.
No le quedaba otra opción que la de retroceder en la dirección en la que le obligaban a hacerlo, siempre hacia abajo. Podía sentir sus cálidos alientos y sus alaridos de emoción. Se giró y buscó a tientas un camino para salir a la superficie pero lo único que encontró fue un pequeño túnel lateral sin salida. Finalmente, cuando su espalda tocó la pared del túnel, Aullavísceras se quedó encajada en una grieta de la roca y no pudo liberarla.
Con un rugido ronco, Garrosh se lanzó contra la marea erizada de espadas. Forcejeó con uno de los atacantes hasta quitarle la lanza, que acto seguido ensartó en la cabeza de otro. Al hacerlo, la antorcha que llevaba la bestia, la única fuente de luz restante, cayó al suelo y se apagó. La oscuridad se hizo absoluta.
No dejaban de llegar y, a pesar de que estaba solo y perdido en la oscuridad, Garrosh no pensaba parar hasta que estuviesen todos muertos. Empezaron a dolerle los brazos y su respiración se volvió entrecortada, pero continuó luchando con todas las armas al alcance de su mano. Por cada bestia que caía, otra ocupaba su lugar.
Poco a poco, empezó a verse superado, cada vez más ataques de los jabaespines alcanzaban su objetivo. Entonces percibió una tenue luz que teñía la oscuridad, pero siguió concentrado en la lucha. A medida que la luz aumentaba, muchos de sus atacantes se detuvieron y escuchó un ligero alboroto en el túnel principal. De pronto, una luz tremendamente brillante descendió en varios halos radiantes; la fuente de la que provenían se acercaba cada vez más. Los jabaespines que le rodeaban chillaron con rabia y volvieron por donde habían venido. A pesar de estar cegado, Garrosh vio a las bestias volar por todas partes, como si fuesen mero muñecos de papel.
La luz se hizo todavía más brillante y se acercó a la curva en la que se encontraba luchando por su vida. A la vuelta de la curva pudo ver a Baine acompañado por Hamuul Tótem de Runa y un puñado de caminasoles. Baine gritó hacia la parte interior del túnel: —¡Manteneos firmes, hermanos! ¡No temáis la oscuridad! —Rompemiedos brillaba intensamente en sus manos, incluso más que la Luz radiante que emanaba de los propios caminasoles. Baine se preguntó por un momento si Anduin Wrynn aprobaría el uso de su regalo para algo así; las bestias caían una tras otra bajo la maza enana hasta que, por fin, se retiraron en masa al interior de sus madrigueras, buscando el refugio de la oscuridad—.
Baine se acercó rápidamente al Jefe de Guerra. —Garrosh, coge tu arma y vámonos. Tenemos que salir de aquí antes de que nos rodeen. —Ayudó a Garrosh a ponerse en pie y le ayudó a sacar el arma de la grieta del muro—. Date prisa.
Se abrieron camino rápidamente hasta la superficie y, a excepción de los cadáveres que cubrían el suelo, el camino se encontraba libre de obstáculos. Mientras atravesaban una caverna más grande, Baine confió en su buena fortuna, esperó que los jabaespines se hubieran retirado por completo.
Al llegar al otro lado, Hamuul ordenó que se detuvieran. Se arrodilló y comenzó a murmurar, en busca de un consejo que le ayudara a tomar el camino correcto que los llevase al exterior. En el momento en que se puso de pie y tomó la dirección adecuada, los muros de las cuevas estallaron. El grupo se giró para enfrentarse al nuevo ataque, pero se detuvo abruptamente al ver a los atacantes.
El grito de Garrosh se elevó por encima del estruendo: —¡¿Qué son esas cosas?!
Baine dio un paso hacia atrás movido por la cautela. —Ojalá lo supiera, Jefe de Guerra...
Baine sonrió ligeramente. —Recuerdo que no hace tanto tiempo compartías con ellos esa opinión.
Hamuul se tensó visiblemente. —Hablé de forma precipitada y dejándome llevar por la frustración. No tengo inconveniente en admitir que me equivoqué. Saldremos de esto y comprobarás que eres un buen líder, a pesar de que todavía no lo creas.
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En ese mismo momento, Garrosh estaba preparando a los Kor'kron para la invasión del Barranco Cortazarza. Quince de ellos estaban ante él en posición de firmes, con los ojos fijos y brillantes a causa de la maliciosa excitación de la batalla que se avecinaba.
—Estos tauren son capaces de hablar hasta el final de los días, ¡¿pero acaso actúan cuando su propio territorio sufre la amenaza de una invasión?! —maldijo Garrosh—. Tenemos que demostrarles de lo que son capaces los verdaderos guerreros. Nuestro objetivo son los cubiles de los jabaespines el sur de Mulgore. El ataque comenzará poco después del alba. Preparaos.
Sus guerreros saludaron y corrieron a prepararse. Garrosh tomó asiento de nuevo y se colocó a Aullavísceras sobre el regazo. Los llevaría a la victoria y el hacha de su padre danzaría en la gloria de la batalla una vez más. Garrosh mostró los dientes con una dura sonrisa.
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Los Kor'kron eran la élite; eran letales y además contaban con el elemento de la sorpresa. Los oscuros zepelines se deslizaron en silencio por el aire en las tempranas horas previas al amanecer, y se detuvieron cerca de los territorios ocupados por los jabaespines. Liderados por Garrosh, los guerreros descendieron por sogas para aterrizar casi en las cabezas de las patrullas de jabaespines. Las espadas relucieron en una ráfaga de ataques y diez jabaespines permanecieron inmóviles en el suelo.
Solo un ligero chillido escapó de uno de ellos, y los guardias que se encontraban junto a la entrada de la madriguera avanzaron para investigar. Ellos también cayeron rápidamente ante la avalancha de hachas y espadas que se desató frente al asombrado grupo. Cuando los zepelines se retiraron a una distancia segura, los Kor'kron avanzaron por los túneles, eliminando rápida y eficazmente toda la resistencia que iban encontrando.
La batalla fue corta pero intensa, y los jabaespines defendieron su territorio con una ferocidad que sorprendió incluso a Garrosh. Acostumbrados a luchar en túneles estrechos, emplearon incluso los colmillos si era necesario; luchaban con un entusiasmo ciego. No temían morir defendiendo su hogar. Garrosh sonrió mientras los jabaespines con los que se topaba caían uno tras otro. Hoy les enseñaría lo que era el miedo.
Unos minutos después, el grupo alcanzó la cámara principal. Garrosh los lideraba triunfal con Aullavísceras en alto, preparada para golpear. Asintió con orgullo. El suelo estaba cubierto de cadáveres, y no se oía nada más que la esforzada respiración de los guerreros. Investigaron la zona en busca de alguna señal, tratando de decidir cuál de la multitud de túneles debían seguir. Tras unos minutos, se oyó el sonido de una escaramuza detrás de ellos, y se volvieron lentamente, esperando encontrarse a unos pocos rezagados.
En lugar de unos cuantos rezagados, descubrieron que los túneles de la retaguardia estaban plagados de bestias. Los recién llegados se detuvieron un instante para observar las docenas de cadáveres de sus hermanos que cubrían el suelo. Garrosh les gritó: —Hoy pagaréis. ¡Hoy conoceréis la ira de la Horda!
A la señal de Garrosh, los Kor'kron lanzaron una lluvia de hachas contra la multitud, y una decena de chillidos retumbaron por toda la caverna. Pero los jabaespines no hicieron ningún amago de atacar. Otra oleada de hachas cayó sobre ellos, pero las bestias permanecían inmóviles. —¡¿Qué significa esto?! —gritó Garrosh—. ¿Os rendís tan fácilmente? ¡No tendré compasión, os haré pedazos aquí mismo!
Como si fueran un solo ser, la multitud que tenía ante él alzó sus armas y chilló de forma atronadora. La caverna en la retaguardia de los Kor'kron retumbó, y al girarse, los orcos descubrieron una marea de cientos de bestias que avanzaba con rapidez provenientes de túneles que surgían del suelo y de agujeros en el techo.
—¡Moveos al flanco izquierdo! Hacia delante, ¡vamos! —gritó Garrosh—. ¡No permitáis que nos corten el camino a la superficie!— Los guerreros se lanzaron contra los jabaespines, dejando la salida a sus espaldas. Aullavísceras danzaba en el aire como una imagen borrosa y descendía a toda velocidad sobre los líderes del ataque. Cayeron con un sonido sordo, y más bestias sustituyeron a sus hermanos muertos.
Resonó una orden: —¡Avanzad! —Y los guerreros avanzaron con más fuerza hacia los ensordecedores chillidos y gruñidos de los jabaespines que respondían al avance sin dudarlo. Destellos de color iluminaban los rostros crispados de los Kor'kron mientras los chamanes jabaespines lanzaban hechizos a sus filas. Cada vez que alcanzaban un objetivo, se oía una explosión de rugidos que retumbaba en toda la caverna.
Garrosh comprobó con desazón que cada uno de los destellos significaba que sus filas perdían un guerrero. A medida que resultaban abatidos, los guerreros dejaban caer las antorchas, que se apagaban con rapidez. Garrosh gruñó y luchó con renovado vigor y aún más rabia. Era un Grito Infernal, y un Grito Infernal no se dejaba vencer por bestias patéticas. Sacaría a los suyos de esta—.
Blandió a Aullavísceras de un lado a otro cada vez más rápido, y el aire se preñó del sobrenatural silbido del movimiento del hacha. El aullido retumbó por los túneles y recibió como respuesta los chillidos de más bestias. Los jabaespines caían por doquier, desmembrados al paso del hacha de Garrosh, pero su número no disminuía.
Ni transigían ni se retiraban; y Garrosh se vio forzado a avanzar cada vez más hacia el interior de la cueva, hasta que ya no pudo ver la luz de la superficie. Estaba solo, prácticamente a oscuras y rodeado de una corriente interminable de jabaespines que chillaban de forma horrenda. Comenzaron a arrancarle la armadura, arañaban y mordían la carne que quedaba expuesta, y le forzaban a adentrarse aún más en las profundidades del túnel.
No le quedaba otra opción que la de retroceder en la dirección en la que le obligaban a hacerlo, siempre hacia abajo. Podía sentir sus cálidos alientos y sus alaridos de emoción. Se giró y buscó a tientas un camino para salir a la superficie pero lo único que encontró fue un pequeño túnel lateral sin salida. Finalmente, cuando su espalda tocó la pared del túnel, Aullavísceras se quedó encajada en una grieta de la roca y no pudo liberarla.
Con un rugido ronco, Garrosh se lanzó contra la marea erizada de espadas. Forcejeó con uno de los atacantes hasta quitarle la lanza, que acto seguido ensartó en la cabeza de otro. Al hacerlo, la antorcha que llevaba la bestia, la única fuente de luz restante, cayó al suelo y se apagó. La oscuridad se hizo absoluta.
No dejaban de llegar y, a pesar de que estaba solo y perdido en la oscuridad, Garrosh no pensaba parar hasta que estuviesen todos muertos. Empezaron a dolerle los brazos y su respiración se volvió entrecortada, pero continuó luchando con todas las armas al alcance de su mano. Por cada bestia que caía, otra ocupaba su lugar.
Poco a poco, empezó a verse superado, cada vez más ataques de los jabaespines alcanzaban su objetivo. Entonces percibió una tenue luz que teñía la oscuridad, pero siguió concentrado en la lucha. A medida que la luz aumentaba, muchos de sus atacantes se detuvieron y escuchó un ligero alboroto en el túnel principal. De pronto, una luz tremendamente brillante descendió en varios halos radiantes; la fuente de la que provenían se acercaba cada vez más. Los jabaespines que le rodeaban chillaron con rabia y volvieron por donde habían venido. A pesar de estar cegado, Garrosh vio a las bestias volar por todas partes, como si fuesen mero muñecos de papel.
La luz se hizo todavía más brillante y se acercó a la curva en la que se encontraba luchando por su vida. A la vuelta de la curva pudo ver a Baine acompañado por Hamuul Tótem de Runa y un puñado de caminasoles. Baine gritó hacia la parte interior del túnel: —¡Manteneos firmes, hermanos! ¡No temáis la oscuridad! —Rompemiedos brillaba intensamente en sus manos, incluso más que la Luz radiante que emanaba de los propios caminasoles. Baine se preguntó por un momento si Anduin Wrynn aprobaría el uso de su regalo para algo así; las bestias caían una tras otra bajo la maza enana hasta que, por fin, se retiraron en masa al interior de sus madrigueras, buscando el refugio de la oscuridad—.
Baine se acercó rápidamente al Jefe de Guerra. —Garrosh, coge tu arma y vámonos. Tenemos que salir de aquí antes de que nos rodeen. —Ayudó a Garrosh a ponerse en pie y le ayudó a sacar el arma de la grieta del muro—. Date prisa.
Se abrieron camino rápidamente hasta la superficie y, a excepción de los cadáveres que cubrían el suelo, el camino se encontraba libre de obstáculos. Mientras atravesaban una caverna más grande, Baine confió en su buena fortuna, esperó que los jabaespines se hubieran retirado por completo.
Al llegar al otro lado, Hamuul ordenó que se detuvieran. Se arrodilló y comenzó a murmurar, en busca de un consejo que le ayudara a tomar el camino correcto que los llevase al exterior. En el momento en que se puso de pie y tomó la dirección adecuada, los muros de las cuevas estallaron. El grupo se giró para enfrentarse al nuevo ataque, pero se detuvo abruptamente al ver a los atacantes.
El grito de Garrosh se elevó por encima del estruendo: —¡¿Qué son esas cosas?!
Baine dio un paso hacia atrás movido por la cautela. —Ojalá lo supiera, Jefe de Guerra...
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Jabaespines mucho más grandes y pálidos de lo normal comenzaron a rodear a los guerreros. A medida que avanzaban, emitieron unos sonidos sobrenaturalmente agudos que perforaban los oídos de los guerreros. Sus cuerpos eran blancos, estaban cubiertos de espinas de un tono verde enfermizo y tenían unos ojos protuberantes que sobresalían en sus rostros. Eran al menos un palmo más altos que cualquier otro jabaespín conocido por los tauren o por cualquier otra raza, y la maliciosa inteligencia que se reflejaba en sus miradas demostraba que se trataba de criaturas mucho más capaces que sus hermanos caídos durante el ataque de Baine, Hamuul y los caminasoles.
Baine ordenó a sus caminasoles que se detuvieran y ambas facciones se encontraron frente a frente. Solo había una opción: retroceder. El ambiente se volvió pesado y se alzó un olor empalagoso y terroso a medida que las bestias pálidas ocupaban cada uno de los resquicios de la caverna. Pero no atacaron. Parecían estar midiendo a sus invasores, ideando un plan para su próximo movimiento.
Garrosh levantó su hacha y gritó: —¡Bestias fantasmales! ¡Acabemos con esto ahora!
Baine gritó más alto que Garrosh: —¡Jefe de Guerra, tenemos que salir a espacio abierto! ¡Si permanecemos aquí, todo estará perdido! —Hamuul hizo un gesto y unas pequeñas vides surgieron de la tierra y se enroscaron creando un camino que atravesaba el laberinto de túneles hasta llegar al exterior—. ¡Seguidlo, rápido! —ordenó Baine—.
Mientras Garrosh los seguía a regañadientes Baine, Hamuul y los caminasoles corrieron hacia la superficie y alcanzaron la cima justo en el momento en que el hechizo de Hamuul se extinguía. Ahora tenían espacio para maniobrar. Mientras Garrosh se centraba en la salida del túnel, Baine cogió la pistola de bengalas goblin del cinturón de Garrosh y la disparó al aire. Los zepelines comenzaron a moverse para recogerlos, pero no con la velocidad suficiente. Las bestias antinaturales aparecieron en la superficie; parpadeando debido a la luz de la mañana.
Baine avanzó hacia ellos a medida que iban emergiendo, y estos retrocedieron, conscientes de que no se encontraban en su ambiente. Baine se giró hacia Hamuul mientras el archidruida hacía un gesto y gritaba a la multitud que se apelotonaba frente a él: —Había una solución mejor. Una solución que todos habéis preferido ignorar. ¡Observad la bendición de la Madre Tierra! —Y dicho esto, Hamuul avanzó y con un grito, clavó su bastón en el suelo—.
El agua comenzó a manar de una enorme fuente delante de él, rodeó a los jabaespines albinos y, con un tremendo estruendo, los barrió de nuevo hacia el túnel. Los que permanecieron en la superficie cayeron al suelo debido a la explosión, y lo mismo le ocurrió a un disgustado Garrosh. Los tauren permanecieron inmóviles y firmes, clavados a la tierra que tanto veneraban.
Un río nuevo surgió del punto en el que Hamuul había clavado su bastón y avanzó entre las rocas para llegar hasta el interior de los túneles en las profundidades de la tierra. Cuando los jabaespines se levantaron, Baine avanzó otro paso hacia ellos. —La tierra es generosa con aquellos que la tratan con respeto. Hay agua suficiente para todos. Observaréis que este río ha trazado su propio curso entre estos túneles hasta llegar a un lago subterráneo. Tomad este presente y no nos molestéis más.
Los jabaespines regresaron lentamente a los túneles mientras la luz coronaba ya, por completo, las colinas que rodeaban Mulgore. El amanecer era muy importante para los tauren, pues simbolizaba el renacimiento, pero en este día, añadía un renovado respeto por la Madre Tierra y sus múltiples dones. Avanzaron entre los cadáveres de los jabaespines caídos en el ataque inicial y se dirigieron hacia el Campamento Narache. Garrosh avanzaba en silencio, demasiado enfurecido como para hablar. Baine se dio cuenta de que no le sorprendía para nada esa reacción mientras estudiaba los rígidos movimientos de Garrosh.
El primer zepelín llegó por fin al punto de recogida y se detuvo mientras la escala de cuerda descendía hasta el suelo. Baine miró hacia arriba y luego bajó la vista hacia los caminasoles reunidos a su alrededor. Miró a Garrosh un instante antes de señalar la nave con la cabeza y decir: —Ve y lidera a la Horda. Si volvemos a necesitar tu ayuda en Mulgore, te lo haremos saber. Dicho esto, dio la espalda al Jefe de Guerra, que permanecía en silencio, y comenzó el camino de vuelta a Cima del Trueno con los caminasoles que le seguían de cerca.
* * * * *
La noche se cernía ya sobre Mulgore y las sombras cubrían la tierra. Los fuegos iluminaban tanto las mesetas como las llanuras a medida que los tauren se preparaban para la noche. Esa noche dormirían profundamente sabiendo que su territorio se encontraba a salvo de nuevo. En el exterior de la cabaña de Baine, Pezuñagris Sendaeterna y unos cuantos miembros de su tribu dudaban. Por fin, dijo: —Armémonos de valor. Tenemos que hacerlo.
Los miembros de su tribu le seguían de cerca cuando entró en la sala principal, donde Baine trataba de relajarse, y preguntó con voz queda: —Gran jefe, ¿nos concedes unos minutos de tu tiempo?
Baine se levantó con una sonrisa cansada. —Por supuesto. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
El anciano tauren inclinó la cabeza y dijo: —A pesar de tus ánimos, nuestros corazones seguían atribulados. Nos preparamos para partir y en las tempranas horas del alba, marchamos. Fuimos testigos de tu victoria sobre los jabaespines y resultó realmente inspirador. Posees la fuerza de un líder y confías en una sabiduría que nosotros no fuimos capaces de ver. Nos avergüenza admitir que sentimos la necesidad de abandonar esta tierra y queremos que aceptes nuestras humildes disculpas, Gran jefe.
Baine hizo un gesto con la mano. —Vivimos tiempos turbulentos e inciertos. Vuestros corazones atribulados son fáciles de perdonar. Esos jabaespines no volverán a hostigarnos en Mulgore, pero eso no quiere decir que ya no tengamos problemas. Los problemas nos acosan tanto dentro como fuera, pero solo si permanecemos unidos podremos superarlos.
Baine avanzó hasta la entrada de la cabaña y miró hacia el exterior durante un largo rato.
Observó cómo Cima del Trueno se preparaba para la noche, las fogatas ardían desperdigadas en la distancia. Podía distinguir vagamente la silueta del Campamento Narache, donde los jóvenes valientes tauren habían retomado su instrucción. Los necesitarían en futuras tribulaciones, tribulaciones que volverían a poner a prueba la fe y la imperturbabilidad de su pueblo.
Baine asintió y volvió su atención al pequeño grupo reunido ante él. —Nuestro pueblo ha recorrido estas tierras durante muchos años y durante ese tiempo hemos aprendido mucho sobre el mundo. Nuestros aliados tendrán que contar con nosotros por nuestra sabiduría y conocimiento. Mi padre hizo en otro tiempo una promesa a la Horda, prometió devolver el servicio que está le había prestado a nuestra raza. Y yo pretendo mantener esa promesa.
Baine ordenó a sus caminasoles que se detuvieran y ambas facciones se encontraron frente a frente. Solo había una opción: retroceder. El ambiente se volvió pesado y se alzó un olor empalagoso y terroso a medida que las bestias pálidas ocupaban cada uno de los resquicios de la caverna. Pero no atacaron. Parecían estar midiendo a sus invasores, ideando un plan para su próximo movimiento.
Garrosh levantó su hacha y gritó: —¡Bestias fantasmales! ¡Acabemos con esto ahora!
Baine gritó más alto que Garrosh: —¡Jefe de Guerra, tenemos que salir a espacio abierto! ¡Si permanecemos aquí, todo estará perdido! —Hamuul hizo un gesto y unas pequeñas vides surgieron de la tierra y se enroscaron creando un camino que atravesaba el laberinto de túneles hasta llegar al exterior—. ¡Seguidlo, rápido! —ordenó Baine—.
Mientras Garrosh los seguía a regañadientes Baine, Hamuul y los caminasoles corrieron hacia la superficie y alcanzaron la cima justo en el momento en que el hechizo de Hamuul se extinguía. Ahora tenían espacio para maniobrar. Mientras Garrosh se centraba en la salida del túnel, Baine cogió la pistola de bengalas goblin del cinturón de Garrosh y la disparó al aire. Los zepelines comenzaron a moverse para recogerlos, pero no con la velocidad suficiente. Las bestias antinaturales aparecieron en la superficie; parpadeando debido a la luz de la mañana.
Baine avanzó hacia ellos a medida que iban emergiendo, y estos retrocedieron, conscientes de que no se encontraban en su ambiente. Baine se giró hacia Hamuul mientras el archidruida hacía un gesto y gritaba a la multitud que se apelotonaba frente a él: —Había una solución mejor. Una solución que todos habéis preferido ignorar. ¡Observad la bendición de la Madre Tierra! —Y dicho esto, Hamuul avanzó y con un grito, clavó su bastón en el suelo—.
El agua comenzó a manar de una enorme fuente delante de él, rodeó a los jabaespines albinos y, con un tremendo estruendo, los barrió de nuevo hacia el túnel. Los que permanecieron en la superficie cayeron al suelo debido a la explosión, y lo mismo le ocurrió a un disgustado Garrosh. Los tauren permanecieron inmóviles y firmes, clavados a la tierra que tanto veneraban.
Un río nuevo surgió del punto en el que Hamuul había clavado su bastón y avanzó entre las rocas para llegar hasta el interior de los túneles en las profundidades de la tierra. Cuando los jabaespines se levantaron, Baine avanzó otro paso hacia ellos. —La tierra es generosa con aquellos que la tratan con respeto. Hay agua suficiente para todos. Observaréis que este río ha trazado su propio curso entre estos túneles hasta llegar a un lago subterráneo. Tomad este presente y no nos molestéis más.
Los jabaespines regresaron lentamente a los túneles mientras la luz coronaba ya, por completo, las colinas que rodeaban Mulgore. El amanecer era muy importante para los tauren, pues simbolizaba el renacimiento, pero en este día, añadía un renovado respeto por la Madre Tierra y sus múltiples dones. Avanzaron entre los cadáveres de los jabaespines caídos en el ataque inicial y se dirigieron hacia el Campamento Narache. Garrosh avanzaba en silencio, demasiado enfurecido como para hablar. Baine se dio cuenta de que no le sorprendía para nada esa reacción mientras estudiaba los rígidos movimientos de Garrosh.
El primer zepelín llegó por fin al punto de recogida y se detuvo mientras la escala de cuerda descendía hasta el suelo. Baine miró hacia arriba y luego bajó la vista hacia los caminasoles reunidos a su alrededor. Miró a Garrosh un instante antes de señalar la nave con la cabeza y decir: —Ve y lidera a la Horda. Si volvemos a necesitar tu ayuda en Mulgore, te lo haremos saber. Dicho esto, dio la espalda al Jefe de Guerra, que permanecía en silencio, y comenzó el camino de vuelta a Cima del Trueno con los caminasoles que le seguían de cerca.
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La noche se cernía ya sobre Mulgore y las sombras cubrían la tierra. Los fuegos iluminaban tanto las mesetas como las llanuras a medida que los tauren se preparaban para la noche. Esa noche dormirían profundamente sabiendo que su territorio se encontraba a salvo de nuevo. En el exterior de la cabaña de Baine, Pezuñagris Sendaeterna y unos cuantos miembros de su tribu dudaban. Por fin, dijo: —Armémonos de valor. Tenemos que hacerlo.
Los miembros de su tribu le seguían de cerca cuando entró en la sala principal, donde Baine trataba de relajarse, y preguntó con voz queda: —Gran jefe, ¿nos concedes unos minutos de tu tiempo?
Baine se levantó con una sonrisa cansada. —Por supuesto. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
El anciano tauren inclinó la cabeza y dijo: —A pesar de tus ánimos, nuestros corazones seguían atribulados. Nos preparamos para partir y en las tempranas horas del alba, marchamos. Fuimos testigos de tu victoria sobre los jabaespines y resultó realmente inspirador. Posees la fuerza de un líder y confías en una sabiduría que nosotros no fuimos capaces de ver. Nos avergüenza admitir que sentimos la necesidad de abandonar esta tierra y queremos que aceptes nuestras humildes disculpas, Gran jefe.
Baine hizo un gesto con la mano. —Vivimos tiempos turbulentos e inciertos. Vuestros corazones atribulados son fáciles de perdonar. Esos jabaespines no volverán a hostigarnos en Mulgore, pero eso no quiere decir que ya no tengamos problemas. Los problemas nos acosan tanto dentro como fuera, pero solo si permanecemos unidos podremos superarlos.
Baine avanzó hasta la entrada de la cabaña y miró hacia el exterior durante un largo rato.
Observó cómo Cima del Trueno se preparaba para la noche, las fogatas ardían desperdigadas en la distancia. Podía distinguir vagamente la silueta del Campamento Narache, donde los jóvenes valientes tauren habían retomado su instrucción. Los necesitarían en futuras tribulaciones, tribulaciones que volverían a poner a prueba la fe y la imperturbabilidad de su pueblo.
Baine asintió y volvió su atención al pequeño grupo reunido ante él. —Nuestro pueblo ha recorrido estas tierras durante muchos años y durante ese tiempo hemos aprendido mucho sobre el mundo. Nuestros aliados tendrán que contar con nosotros por nuestra sabiduría y conocimiento. Mi padre hizo en otro tiempo una promesa a la Horda, prometió devolver el servicio que está le había prestado a nuestra raza. Y yo pretendo mantener esa promesa.
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